Férvido y mucho

Occidente o Islam, no hay otra.

Tengo para mí que la Invencible que boga hacia Gaza bajo los auspicios del Gran Cabrón se nutre abundosamente de porreros, cocainómanas, niños bien ecolo-armani, unas cuantas locas en celo y muchos bastardos antisemitas.   Con esos mimbres sólo pueden tejerse cestas para llenarlas con la crispación y odio preexistentes al conflicto que cada dos por tres reactualizan los terroristas –llevan ochenta años así, viviendo a cuerpo de rey, financiación les sobra- siempre imaginativos a la hora de sembrar la muerte con cualquier pretexto. No es de extrañar, Occidente ha sucumbido a campañas de polarización, perfecta y minuciosamente calculadas, cuya finalidad es enjaular síquica e intelectualmente a la población generando un estado de crispación que imposibilite el debate limpio y objetivo. Ese retroceso histórico –el languidecimiento de la deliberación democrática- no es en sí mismo lo más relevante en las guerras civiles ideológicas que arden por doquier entre nosotros. Lo grave es cohonestar como normalidad democrática las trincheras profundamente excavadas que dividen al mundo entre buenos y malos.

Pero los malos partimos con cierta ventaja: queremos una revolución de verdad. Nada de paños calientes: queremos vencer o morir. Para ver directamente a la cara al mundo en toda su fealdad hay que tener redaños y, en cierta medida, ser bastante sucios, como la vida misma, como el propio mundo. Pero rebuscar en el poso del Paraíso Perdido en procura de alguna perla rara con sus correspondientes huríes, o viceversa, es de gilipollas. Hay que reconocer a los malvados cierta superioridad sobre los profesionales del Bien: cuando mienten, mienten sinceramente. No se engañan a sí mismos, son conscientes de la propia maldad (según criterios buenistas) y si la disimulan para más fácilmente alcanzar objetivos, a veces revestidos de piel de oveja, lo hacen con resplandeciente lucidez y obstinada claridad. Con cierta grandeza nietzscheana, diría León Felipe. Van a lo suyo. Vamos a lo nuestro. Y punto. Por el contrario, los profesionales del Bien, los buenos, incluso cuando mienten se reclaman de una casta superior con derecho a ejercer la violencia moral de la mentira: se engañan a sí mismos para no sentir que impostan una virtud prêt-à-porter. Los peores, o entre los peores, son los islamo-izquierdistas tipo los perroflautas de la Invencible. Esos genios truculentos empeñados en hacer creer a los imbéciles que cuando un sincero y desinteresado simpatizante de los colectivos LGBTQ+ critica la homofobia musulmana –en Irán, sin ir más lejos- está justificando implícitamente políticas xenófobas contra musulmanes. Ya saben, también, que la mejor forma, la más astuta, de socavar las instituciones democráticas desde dentro (el islamo-izquierdismo dixit)  es instrumentalizar el feminismo para, en nombre de la liberación de la mujer musulmana, prohibir el velo en público. Más o menos como Mustafa Kemal Atatük, nunca suficientemente ponderado, que desembarazó a Turquía de turbantes y otras prendas del siglo X en conflicto con la modernidad.

Lo inclusivo y buenista ha invadido todo, de ello es bien consciente el Islam. A favor de la decadencia se acometen las perores tergiversaciones. Incluso óperas y representaciones teatrales de Shakespeare (Coriolano, por ejemplo). Nadie se atrevería a representar un Otelo rubio ¿Por qué se permite, entonces, un Coriolano negro y/o maricón, digo, gay? En la restauración de la catedral de Notre Dame se permitió que los arquitectos ejercieran la libertad artística hasta cierto punto. No se hubiera permitido transformarla en parque temático o una versión soft de Disneyland. Las piezas clásicas de ópera o teatro deberían estar sometidas a las mismas restricciones y limitaciones. Sucede que en este sector el islamo-izquierdismo, en binomio con el lobby rosa, dispone de gran poder.

¿Qué nos ha sucedido, cómo hemos caído tan bajo cuando casi habíamos tocado el cielo gracias al progreso técnico y el perfeccionamiento democrático? Lo único que puedo decir, no sin pesimismo, es que mientras se festejan orgullos de todo tipo -y venga a volar lentejuelas, papeluchos, serpentinas…- observo que se cierra el ciclo del pensamiento crítico inaugurado en el Mediterráneo –profeta judío, filósofo griego, legislador romano- y madurado a partir del siglo XVIII en Occidente. Lo bestialmente imparable y angustiosamente sorprendente es que la dinámica se ha acelerado en los últimos veinte años con la enfática colaboración de los políticos. De todos. Anda que los del PP… Eso es lo verdaderamente terrorífico ¿Por qué el sentido común y la inteligencia colectiva han prácticamente desaparecido en las dos últimas décadas sin oponer resistencia? Este es el enigma que me gustaría elucidar ¿Por qué se ha suicidado Occidente? Y no cabe la esperanza que la respuesta la suministrarán las generaciones futuras occidentales. O frenamos en seco la caída o no habrá generaciones futuras occidentales.

Yo lo tengo bien clarito. De la misma forma que la novela después de la invención del cine no puede ser la misma que la del siglo XIX, tampoco la democracia de la sociedad de la información, globalización, inmigración masiva y comunicación puede ser la misma que la surgida de la IIGM. Juntos sí pero no revueltos. No mareen ni nos hagan perder el tiempo hablando de cosas que ya no existen. La democracia de la crisis demográfica y el reto islamista en Europa no puede ser la misma que cuando la mayor preocupación era si casar a la hija o meterla a monja.

En los mundanos salones de la izquierda papier glacé que quiere hacernos buenos, tanto se descorcha champagne como se estiran blancas rayitas o se firman manifiestos. O se mete mano a la actriz parada con sobrepeso que al salir de la fiesta presentará denuncia porque de algo hay que vivir. Y me parece bien. Quiero decir, me importa un carajo. Lo que sí me importa es que los firmantes se pongan pesados hasta el atragantamiento de indignación cada vez que alguien se aleja de la ortodoxa vulgata parida por el simplismo moral del más abyecto oportunismo ¿No es acaso abyecto oportunismo excluir al País Vasco y Cataluña en el reparto de menas musulmanes ? Un oportunismo de manos suaves, pajilleras y perfumadas que no sólo apestan a hipocresía sino, sobre todo, a la dulce suciedad del dinero ganado en los enmoquetados pasillos donde se negocia el dolor de los perdedores. Que somos todos los occidentales de bien. Y ya me está brotando el gen corsario revolucionario -que no tienen en la Invencible a Gaza- pidiendo guerra con la voz bronca de la revolución macho, occidental, semita, obrera y caliente de pendencias metálicas y auroras rojas en los andamios.