Un mundo raro
No sé si será mi percepción decadentista del momento presente o, en efecto, el mundo actual se está quedando raro. Los gerifaltes de aquí y de allá están locos de atar; las masas amorfas que denominamos electorado les ríen las gracias; los ciudadanos observamos tan pobre espectáculo sin certezas, y, sobre todo, sin ninguna fe en los políticos que nos gobiernan.
A Trump le da por llamar lameculos a todos los que le ruegan por los maltraídos aranceles; es un hombre, el presidente de los Estados Unidos, singular, quiere ser rey y bufón al mismo tiempo, es embestida y capote, manzana y flecha, bofetada y mejilla. Le gusta jugar a niño adelantado al que nombran delegado de clase mientras el director del colegio (en este caso, el Altísimo) está ausente. Nos pone faltas a todos, nos reconviene, nos vitupera y denigra en aras de no se sabe qué invento relacionado con la grandeza de su país, que, dicho sea de paso, está empezando a arrepentirse de confiarle sus votos.
Es un mundo extraño el que da por bueno que un ministro de Fomento fuera acumulando inmuebles y meretrices pagadas por el erario público; mientras nos exigen al común de los mortales el pago de impuestos de toda índole y jaez. Un mundo extraño el que no se molesta al ver a su ministra de Hacienda menoscabando a los jueces, poniendo en duda la honorabilidad de su oficio, trocando la regla moral de la separación de poderes en virtud de necesidades de subsistencia política.
Se me hace raro ver al presidente de mi país aliándose con alimañas que desean su destrucción. Raro que no le hagan mella sus mentiras, raro que se haga pasar por fino estadista y la mitad de la nación no vea, o no quiera ver, su verdadera cara. Porque sí, Sánchez sólo tiene una cara, aunque con muchas facetas. Es un falso diamante, es quincalla. Un oportunista sin escrúpulos, un ególatra vanagloriado por sus seguidores, un personaje hueco que pacta con el diablo a cambio de satisfacer su dionisiaco narcisismo.
Es un mundo raro aquel donde las guerras se quedan en el fragor de la trinchera, en tanto nos dedicamos a discutir si el look de un personaje popular le favorece. Nos quedamos en la anécdota y damos la espalda a la categoría. Es raro que perdamos sensibilidad conforme las desgracias se suceden y perpetúan, que nos rindamos ante la realidad que nos venden quienes nos quieren engañados, que demos por natural las taras que la civilización padece sin poner remedio. El mundo necesita una cura mental, porque se está acostumbrando a la catatonía que provocan los grupos subversivos, esos que fomentan las rarezas, que truecan virtud por propaganda, que anulan voluntades por causas innobles.
No sé si será mi percepción, pero aseguraría que el mundo se está quedando raro. Los hay que se echan en brazos de la dictadura china como si de un mesías se tratara, los zapateros de turno que compiten por superar su inoperancia, los comunistas de corte y confección que llevan las solapas del capitalismo bien cosidas al pecho. Resultan raros aquellos que prefieren una España dividida a una España hermanada, que anteponen la ruina futura a la prosperidad que solo desde el presente se construye. Qué raro se me antoja un planeta donde las potencias que equilibran la balanza del mundo, se reparten las tierras que, por raras, tienen el valor de los muertos en Ucrania.
No sé, será mi percepción, se me está quedando raro el mundo. Para colmo, la otra tarde, un vecino me dijo que vino a verme la esperanza, y yo no estaba en casa.