Los colores del prisma

Una muerte que vuelve a poner a prueba a Colombia

Colombia vivió este miércoles una jornada de luto enardecido. La muerte del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, ocurrida tras dos meses y tres días de lucha luego de un atentado cometido por un joven sicario, no es solo el final de una vida: es un recordatorio brutal de que la violencia sigue teniendo la última palabra en un país que aún no logra respetar el valor supremo de la existencia.

Uribe Turbay, de 39 años, audaz y carismático dirigente de la derecha, murió en una clínica de Bogotá pese al esfuerzo incansable de un equipo médico que intentó todos los caminos para salvarlo. El “milagro” no llegó. Fue enterrado con honores en la Catedral Primada, a escasos metros del Congreso donde ejercía su labor, de la Alcaldía en la que sirvió como secretario de Gobierno y del Palacio de Justicia, símbolo —a veces quebrado— de la promesa de sancionar el crimen.

El dolor íntimo de su esposa, María Claudia Tarazona, sus hijos y su familia se mezcló con la fractura política que desgarra al país. Desde el momento de su deceso, el duelo se convirtió en campo de batalla verbal. El presidente Gustavo Petro y el expresidente Álvaro Uribe Vélez, enemigos políticos, intercambiaron acusaciones y discursos cargados de reproches.

Durante el homenaje, el mensaje del exmandatario, leído por el congresista Gabriel Vallejo, no dejó lugar a sutilezas: “Martirizaron a su familia, eliminaron al gran esposo, padre, hermano e hijo. Asesinaron a Miguel, que ejercía la oposición crítica y razonada, con la instigación de la venganza inducida por el presidente de la República, que encontró como muletilla acusar de asesino y torturador al expresidente Turbay, abuelo de nuestro mártir”.

La respuesta de Petro llegó horas después, con una advertencia: procederá judicialmente contra quienes lo vinculen sin pruebas al asesinato del senador. La también aspirante presidencial Vicky Dávila lo retó: “Tendrá que demandar a millones”. Y cómo ella, miles de ciudadanos de distintas corrientes hicieron lo suyo en las redes.

El mandatario, además, reaccionó a los gritos de “¡Fuera Petro!” que retumbaron en la Plaza de Bolívar y sostuvo que, de cara a las elecciones de 2026: “Mientras por allá gritan ‘Fuera’, otros gritan ‘reelección’”, dijo, aludiendo a una idea que sus aliados repiten insistentemente, tras auscultar cálculos de lechera.

En medio de la tensión, antes del funeral, la familia de Miguel Uribe Turbay pidió al Gobierno no asistir a las exequias, buscando la necesidad de bajar los tonos de la controversia. En las exequias, la viuda María Claudia, invocó el amor y la grandeza y pasión de su esposo en la vida cotidiana. El padre del fallecido, Miguel Uribe Londoño, pronunció un discurso que apuntó, sin nombres, a responsables concretos: “Sabemos de dónde viene la violencia, quién la promueve y quién la permite. Asesinaron a Miguel, pero jamás podrán asesinar su propósito”. Y, además, marcó líneas de acción para continuar la brega política, pero desde el poder.

La confrontación no tardó en intensificarse. Daniel Quintero, exalcalde de Medellín, insinuó que con el crimen hubo un plan para desestabilizar al presidente Petro. Andrés Forero, congresista del Centro Democrático, lo acusó de usar la muerte con fines electorales. La línea que separa el homenaje del aprovechamiento político se volvió difusa.

El funeral se llevó a cabo en una fecha simbólica: el día del natalicio de Guillermo Cano, director de El Espectador, asesinado por denunciar al narcotráfico, y el aniversario del homicidio de Jaime Garzón, humorista y mediador de paz. Pero, además, revivió el sino trágico de Miguel Uribe Turbay que a los cuatro años perdió a su madre, Diana Turbay, asesinada por los pistoleros de Pablo Escobar y ahora su familia se queda sin él. El calendario, como si quisiera recordarlo, volvió a mostrar que la violencia en Colombia tiene un hilo histórico que une épocas, ideologías y víctimas.

El país se pregunta qué seguirá. ¿Habrá justicia o el crimen quedará en la larga lista de casos impunes? Las apuestas políticas se mueven: la derecha se cohesiona o se merma a pesar del nombre de Miguel Uribe Turbay como bandera, y la izquierda busca a toda costa mantener el poder en coalición. El centro, como opción, está debilitado por la polarización, intenta encontrar espacio en medio del duelo y la crispación por el debilitamiento del gobierno.

Pero más allá de las trincheras políticas, lo que está en juego es algo más profundo: la capacidad de Colombia para dirimir sus diferencias sin asesinar. Cada crimen, a veces en masacres, matanzas, homicidios, es un golpe a la democracia, un recordatorio de que, a veces, la bala pesa más que el voto. Y todo mediado por los indicadores del narcotráfico, la corrupción y la violencia.

La muerte de Miguel Uribe Turbay, homenajeado por el cantante Yury Buenaventura al final del funeral con la composición “Guerrero”, es un llamado perentorio a reconstruir el pacto básico de convivencia. No se trata de estar de acuerdo con sus ideas o con las de quienes las controvierten. Lo clave es recordar que sin respeto por la vida no hay proyecto político, ni libertad, ni democracia que valgan.

Porque la vida —toda vida— es la única moneda legítima de la paz. Y Colombia sigue en deuda con ella. jorsanvar@yahoo.com