Fronteras desdibujadas

Recorre el mundo la noticia de la muerte del Papa Francisco en Lunes de Pascua

Pascua significa renacimiento, revivir, la esperanza de la resurrección que cada año nos invita a reflexionar sobre la vida nueva que trae la fe cristiana. Hoy, en este Lunes de Pascua, la voz de un Papa que nunca calló ante las injusticias no muere, sino que resuena aún más alto. El Papa Francisco, que durante más de una década marcó un antes y un después en la historia contemporánea de la Iglesia católica, falleció esta mañana en el Vaticano, rodeado por sus colaboradores más cercanos y en medio de un clima de oración y recogimiento.

El Papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936, tenía 88 años. Fue el primer pontífice proveniente de América y del hemisferio sur, y el primer jesuita en asumir la guía de la Iglesia desde la silla de San Pedro. Su elección en marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, significó una bocanada de aire fresco para una Iglesia que buscaba reencontrarse con la sencillez del Evangelio.

Francisco será recordado por su humildad, su compromiso con los más vulnerables y su decidida lucha por una Iglesia más cercana, menos burocrática y más misericordiosa. Desde el primer instante rompió con las formalidades: eligió vivir en la Casa Santa Marta en lugar del tradicional Palacio Apostólico, y prefirió un vehículo modesto a los autos oficiales blindados.

Papa Francisco

En su infinita misericordia, nunca olvidó a los marginados ni a los invisibles del sistema. Su cercanía con los encarcelados fue una constante a lo largo de su pontificado. Durante cada Semana Santa, visitaba cárceles para lavar los pies de personas privadas de libertad, en un gesto profundamente humano y simbólico. Justo el pasado Jueves Santo, realizó su última visita a un centro penitenciario, donde compartió palabras de consuelo, escuchó historias y bendijo manos que aún esperan una segunda oportunidad.

Hijo de inmigrantes italianos y con formación en química, Francisco trabajó en su juventud como técnico de laboratorio y, curiosamente, también como portero de discoteca. Años después, fue profesor de literatura y psicología, y su sensibilidad hacia la cultura se reflejó en su aprecio por la poesía, la música —especialmente el tango— y los escritores como Borges, a quien citó más de una vez.

A pesar de haber perdido parte de un pulmón en su juventud debido a una infección, llevó una vida activa y firme en sus convicciones. Supo ser crítico del clericalismo, defensor del medioambiente —como lo demuestra su histórica encíclica Laudato Si’— y promotor del diálogo interreligioso.

También fue, en 2005, uno de los nombres más votados en el cónclave que finalmente eligió a Benedicto XVI. Su figura ya destacaba por su austeridad y su compromiso con los pobres en las villas miseria de Buenos Aires. Pero fue en 2013, al escoger el nombre de Francisco —inspirado en el santo de Asís—, cuando reveló al mundo cuál sería su camino: el de la fraternidad, la paz y el cuidado de la creación.

Hincha de San Lorenzo de Almagro y enemigo del protocolo vacío, el Papa Francisco conquistó a creyentes y no creyentes con su tono directo, su calidez y su mirada pastoral más que doctrinal. Su cuenta de Twitter, @Pontifex, llegó a ser una de las más influyentes del mundo, aunque él mismo confesaba no usar smartphones.

Hoy, desde los cinco continentes, su nombre es recordado con gratitud y respeto. En plazas, iglesias, escuelas y calles, su partida en este lunes de Pascua —símbolo del renacer cristiano— adquiere una dimensión que “desdibuja fronteras” y trasciende credos.

Y como tantas veces él mismo repetía, nos quedamos con sus palabras:

“La esperanza es como la levadura: cuando hay poca, hace crecer todo.”

“Rezad por mí.”

El mundo despide no solo a un Papa, sino a un pastor que supo caminar con su pueblo.

Su silla hoy está vacía, pero su espíritu, muy presente.