Dies irae

Mientras dure la guerra

Dentro de su campaña para denigrar la figura de  Franco, que el gobierno acomete con tanto ahínco como magro resultado, TVE repuso hace algunas fechas la película de Alejandro Amenábar, MIENTRAS DURE LA GUERRA. Obra de extraordinaria factura, que describe con objetividad inusual los primeros momentos de la guerra civil, con dos hilos conductores, que se entrelazan magistralmente.

El primero, la peripecia de Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, depuesto por la República y vuelto a nombrar por los sublevados. Quien, fiel a su personalidad poliédrica y a su inquebrantable lealtad para con su propio criterio, pasó de financiar la sublevación con 5.000 pesetas a pronunciar su alegato “Venceréis pero no convenceréis” en el aula magna, ante cientos de falangistas armados y furiosos, que no le costó la vida porque Millán Astray le empujó para dar la mano a Carmen Polo de Franco, que le admiraba y le sacó de allí.

El segundo hilo es el entramado de intrigas, posiciones y discursos que llevaron a Franco a hacerse con el mando único de los llamados nacionales, por encima de otros generales que le discutían la supremacía. Si la peripecia de Unamuno está filmada con pulso convincente, desde la rutina académica al drama personal (unos falangistas asesinaron a sus dos contertulios, un profesor joven y un pastor anglicano)  y del drama personal a la explosión casi suicida, el ascenso de Franco es una lección de historia que te transporta hasta aquellos momentos con una limpieza de trazo asombrosa, dejando en el aire, una vez más y como siempre, qué podían ver en aquel general pequeño y desconfiado para darle el mando supremo. Realmente, quien le puso al frente (en la película de Amenábar) fue su paisano, el fundador de la Legión, Millán Astray, cuya interpretación por Eduard Fernández te deja con la boca abierta. Recibió un Goya que no le pudieron regatear. 

En torno a esos dos soportes bascula una película que no podía gustar a la izquierda, y no le gustó. Como ya sabemos, el pedigrí de los auto llamados académicos es de izquierda caviar, y una obra tan espléndida sucumbió ante otra, muy inferior, pero de un cineasta “de los nuestros” (ese sí) como es Almodóvar. Y una interpretación tan brillante como la de Karra Elejalde, en Unamuno, fue igualmente postergada por otra (aseada como todas las suyas, incluso excelente, pero nunca comparable) de Antonio Banderas. Nunca, bajo ningún concepto, “Dolor y gloria” podrá superar a “Mientras dure la guerra”; ni en su guion, ni en su dirección, ni en su interpretación, ni en nada; nunca.

Goyas tuvo, y cinco, pero ninguno de los importantes, que realmente merecía. Haciendo una justicia de medio pelo, ese filme de don Alejandro se habría despachado con ocho o nueve cabezones. Como diría tras sus alegatos  el “glorioso mutilado” (Millán Astray): “yo ahí lo dejo”. 

Y eso fue así porque el sesgo politizante de la Academia no podía ver con buenos ojos escenas como aquella en la que Franco hace retirar la bandera tricolor, republicana, y sustituirla por la bicolor, monárquica. Ni su continuación, cuando los soldados empiezan a cantar el himno, unos con la letra de Marquina, otros con la de Pemán y otros más con el “mmmm” en que a la postre ha quedado. Ni la descripción del “cortador de cabezas” (como llamada Unamuno a Millán Astray) cuya personalidad arrolladora ya había causado la admiración de Europa. Una película francesa que vi de joven sobre la vida del fundador de la Legión era un alegato de admiración a su persona y su obra.

Así que tocaba desairar a Amenábar y le desairaron. La ideología es lo primero, el cine va luego. Lo que no es novedad porque ¿Quién no recuerda “Ocho apellidos vascos”? Peliculón de humor, récord de taquilla, cien veces repuesto, pero…En el año 2014 gobernaba Rajoy y todo tenía que ser triste, muy triste. Se convivía con los hombres de negro, no estaba claro si habría o no que rescatar a España, como pedían desde las grandes compañías hasta muchos sabios televisivos, como el profesor Bernardos (felizmente recuperado para La Sexta, tras años en el ostracismo por su bochornosa hemeroteca) y la doctrina izquierdosa era que no cabía la alegría en este país de recortes, reformas laborales y subidas traicioneras de impuestos. España triste, España amarga, España de Rajoy.

Y de pronto aparece esa carcajada, iconoclasta, mordaz, hilarante, brillantísima…y les jode el cuadro. Pues nada, ni un Goya. Ni guion, ni dirección, vamos, ni soñarlo. Aunque como era imposible ignorar aquel alarde de éxito le dieron los Goya a los actores: Rovira, Machi y Elejalde. Recuerdo que escribí un artículo titulado “tres huerfanitos”, los pobrecitos con su Goya pero sin padre: ni guionista, ni director, ni productor…una exitosa fecundación in vitro…

Es el sino del cine español, encorchetado por una Academia que a duras penas intenta ocultar su sectarismo. Ni “Mientras dure la guerra” ni “Ocho apellidos vascos” fueron premiadas como mejor película. Y ambas por motivos extra cinematográficos. 

Pero ahí queda Amenábar, tremendo cineasta. Si la lectura de “A sangre y fuego” de Chaves Nogales, debería ser obligatoria en el bachillerato, para entendernos como lo cainitas que somos, para ponerse en el inicio de la guerra civil  y alumbrar sus tremendos dilemas, nada mejor que el filme de este verdadero artista, que termina con las palabras angustiadas del hermano de Franco, cuando éste da la orden de desviarse de la ruta de Madrid e ir a liberar el Alcázar de Toledo: “Pero Paco, entonces la guerra durará mucho tiempo…” Como así fue.