Plano secuencia

Mi clásico drama

Escena primera. Final de tarde. Colores en un cielo materno. Calle de pueblo extremeño. Aire de mastranto, romero y tomillo, echados en el suelo para la procesión del Corpus Christi. Por una gran ventana, adornada con colcha de ganchillo que sujeta pendientes de la reina, entramos visualmente en la habitación de un hombre demasiado sentimental. En las paredes, pequeñas láminas peliculeras en marcos de ocasión. Papeles bien ordenaditos encima de una mesa. Y sobre esa mesa, dos candelabros antiguos que sujetan tres velas encendidas cada uno. Varios estantes. «... Balzac, Barrès, Baudelaire, Beaumarchais, Boileau, Buffon... Chateaubriand, Corneille, Descartes, Fénelon, Flaubert... La Fontaine, France, Gautier, Hugo... ¡Qué lista! ¡Y solo he llegado a la letra H!», exclama Werner von Ebrennac, sosteniendo una primera edición de Le Silence de la mer. Se sienta. El hombre, un soñador desubicado, con ínfulas inútiles, empieza a leer a su amigo varias cuartillas. De pie.

Hombre: «Las cosas claras: no me gustan los clásicos adaptados… ni fritos ni pasados por agua. ¿Y disfrutar en el Teatro de Dioniso de la Antígona de Sófocles con un decorado en plan deslumbrante Broadway? Lo lamento, no. De verdad, no me ilumina. ¿Y encontrar en las tablas a un Calisto modernete chorreando amor por Melibea, un Calisto trending pero sin caer en lo casual, con un punto urban y algo de surfer? ¿Te acuerdas, Goyo Jiménez? Pues tampoco. Me desapasiona. ¿Y ver en un corral de comedias La dama boba, de Lope de Vega, como una ópera rock? No sé. No me parece una propuesta muy aguda. ¿O es que hoy en día vale más dar al público facilidades para un mayor acercamiento a obras (complejas o no) que no se conocerían a través de sus primeras versiones? ¿… Y así mejor los niños las manosean, los mozos las leen, los hombres las entienden y los viejos las celebran, parafraseando al quijotesco bachiller Sansón Carrasco (Don Quijote, II, 3)? ¿... Y, por tanto, lograr una sobresaliente propagación cultural al desarrollar un interés en receptores no muy atraídos por la literatura en el mundo dramático? ¿… O cómo obviar el ofrecer vías para innovadoras lecturas? No quito la razón a esos argumentos a favor de las versiones; pero… En cualquier caso, que esa manera de mirar se dé clara y expresa; de modo que cuando yo vaya a un espectáculo no viva el desconcierto de estar en otra dimensión, por muy atractiva y cuidada que sea la escenografía, por muy brillantes intenciones que se pongan. 

Escena segunda. El hombre continúa leyendo. De pie. Werner von Ebrennac sigue sentado. Un gato canela, cariñoso y cobarde entra en el cuarto y se pasea. Sale muy lentamente.

Hombre: «Sé que mi batalla está perdida. Puedo argumentar a mi favor que adaptando piezas teatrales uno corre el riesgo de presentarlas con menor complejidad al reducir y simplificar acciones, lugares y tiempos o que los cambios encierran el peligro de desvirtuar la naturaleza de la fuente o traicionar la clave del autor… y hasta priorizar lo comercial; sin embargo, lo reconozco, mis ideas no calan. Sí, mi combate está perdido. Porque… ¿cómo se me ocurre salir victorioso ante incluso unas corrientes que llegan a querer reelaborar el arte literario pasado desgajándolo de sus originales estereotipos, homofobias, miedos, racismos, sexismos? «Érase una vez / un lobito bueno / al que maltrataban / todos los corderos. / Y había también / un príncipe malo, / una bruja hermosa / y un pirata honrado», me cantaría Paco Ibáñez con el poema de José Agustín Goytisolo. En fin… «No bebo en la fuente común», leo a Luis Antonio de Villena en «El poema esboza al hombre» (Hymnica, 1979)». 

Escena tercera (y última): Ya es muy tarde. No hay reloj en el cuarto. Un relámpago se rompe en brillos gritones. A pocos segundos, un trueno retumba en cada gota de lluvia. Algunas se cuelan por la ventana abierta y salpican una foto acristalada. La mujer de la imagen usa gafas. Lleva una pamela con ala de fondo blanco y circulares listas negras. Viste blusa clara de tirantes, que deja ver unos brazos de junco. Sentimos el olor a tierra mojada. Y a mastranto, romero, tomillo.

Hombre: «Y ante la derrota, continuaré buscando paraísos, como Joseph Banks, oficial del Endeavour, quien el 13 de abril de 1769 topó con uno a diecisiete grados de latitud sur y ciento cuarenta y nueve grados de longitud oeste. Y seguiré con mi particular mirada clásica, con mis pensamientos raros, al igual que el Don Juan de Lord Byron (¿pero acudo a una versión?): “Meditaba sobre sí mismo y sobre el universo entero. Admiraba al hombre, maravillosa creación, y después a las estrellas, preguntándose quién las había colocado en la inmensidad del firmamento. Meditaba sobre el secreto de los terremotos, la crueldad de las batallas, las posibles dimensiones de la luna, el misterio que empujaba hacia arriba a los globos aerostáticos. Y meditaba sobre las dificultades que se oponen al perfecto conocimiento de la infinitud de los cielos. Finalmente, pensaba en los hermosísimos ojos de doña Julia”. ¿Qué te parece, Werner?».

(Los dos jóvenes dialogan sin cortarse la voz. Ahora, el hombre fuma con una pipa de fina y larguísima boquilla. Al acabar la conversación, Werner von Ebrennac sirve vino en un par de copas… y, luego, coge un oboe. Música de Howard Blake. Los duelistas. Ridley Scott, 1977. Escuchamos «Laura». Decrescendo).

TELÓN