María Corina Machado: sensibilidad, valentía y legado
Conocí a María Corina Machado en Caracas, en 1996, cuando ella misma me invitó a conocer su Fundación Atenea. En aquel entonces, su equipo había logrado recuperar un orfanato que se encontraba en manos del Estado y que presentaba condiciones verdaderamente caóticas. No se trataba solo de rescatar una infraestructura deteriorada, sino de devolver dignidad, cuidado y futuro a quienes habían sido olvidados.
Desde ese primer encuentro, algo en ella me resultó especialmente revelador. María Corina mostraba una sensibilidad poco común, una auténtica vocación de servicio y una educación esmerada que se manifestaba en su trato respetuoso y en su capacidad de escuchar. Esa combinación —poco frecuente— dejaba ver a una mujer profundamente humana, pero también firme en sus convicciones. Con el paso de los años, esa firmeza se transformó en valentía pública. A lo largo de toda su trayectoria política, María Corina Machado ha demostrado un coraje sostenido, coherente y sin concesiones. No es casual que muchos la llamen “la dama de hierro venezolana”: su temple frente a la persecución, su resistencia ante la intimidación y su determinación para denunciar las injusticias la han convertido en una figura que no se doblega, aun cuando el costo personal ha sido alto.
Años después, al ver a su hija, Ana Corina Sosa Machado, recibir en Oslo, Noruega, el Premio Nobel de la Paz en representación de su madre, ese recuerdo inicial cobró una nueva dimensión. El discurso fue impecable, sobrio y profundamente conmovedor. La soltura con la que se desenvolvió ante una audiencia mundial expectante resultó aún más admirable al saber que se trata de una joven ingeniera, no habituada a escenarios de tal magnitud.
Uno de los momentos más significativos de la ceremonia fue el discurso del presidente del Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz, Jørgen Watne Frydnes. Sus palabras, claras y directas, expusieron ante el mundo la gravedad de las violaciones a los derechos humanos que hoy se cometen en Venezuela. No fue un pronunciamiento abstracto ni protocolar, fue una denuncia ética que reflejó con fuerza el sentir escandinavo frente al sufrimiento de los pueblos sometidos a la opresión.En ese contexto, la figura de María Corina Machado adquirió un peso simbólico innegable. Aunque ausente físicamente, su causa, su lucha y su nombre estuvieron presentes como emblema de resistencia cívica y compromiso democrático. La presencia de su hija, serena y firme, confirmó una verdad sencilla y poderosa: de tal palo, tal astilla. El cuidado de la familia, la educación integral y el ejemplo cotidiano dejan huellas profundas. Lo que vi en 1996 —sensibilidad, servicio y coherencia— hoy se expresa también como valentía política y defensa inquebrantable de la dignidad humana. Ese es, quizás, el legado más perdurable de María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025.