Motores que emocionan

La maldición de los suecos

Sorprende que en la historia del deporte haya naciones que han destacado en una especialidad en un momento concreto de su historia, sin que antes tuvieran momentos notables en dicha disciplina (el actual ciclismo esloveno, con Pogacar y Roglic, es el mejor ejemplo), o que hayan desaparecido del palmarés tras grandes éxitos.

En la Fórmula 1, Suecia es el paradigma del tránsito de una posición privilegiada a la caída en la irrelevancia, aunque en su caso fue consecuencia de circunstancias bien trágicas.

Joakim “Jo” Bonnier fue el primer gran piloto sueco de circuitos con trayectoria internacional, disputando 103 grandes premios de Fórmula 1 entre 1956 y 1971, marcando una pole position y llevándose la victoria en el de Holanda 1959 a los mandos de un BRM.

Sus mayores éxitos deportivos fueron en las pruebas de resistencia, donde era un gran especialista, logrando triunfos en la Targa Florio, las 12 Horas de Sebring o en los 1000 kilómetros de Barcelona de 1971, en la pista de Montjuich. Esta fue una de sus últimas victorias, pues encontró la muerte cuando peleaba por la victoria en las 24 Horas de Le Mans 1972, en la decimotercera participación en su carrera maldita, en la que únicamente llegó a meta en una ocasión.

Bonnier fue un piloto a medio camino entre los heroicos corredores de los años cincuenta que corrían de cualquier manera, sin cinturones de seguridad y con cascos de adorno, y los profesionales de los setenta, los que demandaban mejores condiciones de seguridad. Eso le llevó a ser durante 8 años el presidente de la Gran Prix Drivers’ Association -GPDA-, una especie de sindicato de pilotos. Lo paradójico es que él, superviviente de los años más dramáticos del automovilismo y con una retahíla de graves accidentes a sus espaldas, encontrara la muerte a los 42 años, en su última temporada y con la retirada a la vuelta de la esquina.

Precisamente al final de su carrera deportiva emergió como un torrente una de las figuras míticas de la Fórmula 1 de los años setenta, con quien incluso compartió el triunfo en Barcelona 1971: Bengt Ronnie Peterson, el ídolo de miles de aficionados, a los que cautivaba con un estilo agresivo llevado al límite, hasta hacer deslizar a los monoplazas que pilotaba.

Campeón de Europa de Fórmula 2 en 1971, su trayectoria le llevó por los mejores equipos ingleses de los años setenta, desde el March de sus inicios a Tyrrell y Lotus, escudería en la que militó durante 5 años en dos épocas distintas. La calidad que atesoraba le llevó a imponerse en 10 grandes premios, obtener 26 pódiums y lograr 14 poles y 9 vueltas rápidas en 123 carreras, no siempre disputadas con monoplazas competitivos. Fue tercero en el campeonato de 1973 y subcampeón en 1971 y 1978.

Su fallecimiento el 11 de septiembre de 1978 causó una tremenda conmoción entre su legión de seguidores, dado su carisma y las circunstancias en que aconteció. Un choque múltiple en la salida del Gran Premio de Italia, con diez monoplazas involucrados, puso de manifiesto tanto las precarias condiciones del circuito de Monza -con un brusco estrechamiento de la pista al final de la recta de salida-, como la nefasta disposición de la parrilla móvil, con los primeros coches casi parados y los de detrás en aceleración. A eso se añadió una lenta reacción de los servicios de emergencia, que fue determinante para que las 20 fracturas en las piernas de Ronnie se tornaran horas después en una embolia, que desencadenó un fallo multiorgánico fatal.

La Fórmula 1 perdió en el mismo escenario en el que había triunfado en 3 ocasiones a uno de sus mejores activos, quien poco antes había declarado a un periodista británico que “me siento tan rápido como lo haya sido en mi mejor momento; quizás incluso más rápido que nunca”. Su accidente hizo cambiar muchos de los paupérrimos protocolos de seguridad de entonces, al mostrar en directo y en toda su crudeza a millones de telespectadores que los circuitos y los medios humanos estaban muy sobrepasados por las prestaciones de los coches. De hecho, Monza estuvo a punto de ser excluido del campeonato, y solo su inmediata remodelación lo impidió.

Con Peterson también desapareció la particular estética de los pilotos de los setenta, de descuidadas melenas, patillas prominentes y explosivas parejas que los acompañaban en los boxes, tomándoles los tiempos de vuelta con cronómetros de agujas. Su esposa Barbro, una cautivadora modelo muy popular, no pudo soportar su ausencia, y terminó poniendo fin a su vida 9 años después de la desaparición de su marido, el mismo que inspiró la canción Faster, escrita en 1979 por el Beatle George Harrison.

Seis semanas después de la muerte de Peterson los suecos sufrieron la desaparición de Gunnar Nilsson, el otro gran piloto nacional que han tenido en Fórmula 1. Su carrera fue tan corta como brillante, pues tras proclamarse campeón británico de Fórmula 3 en 1975 logró dar el salto a la máxima categoría, integrándose en el equipo Lotus y militando en él precisamente en los 2 años que Peterson había cambiado de escudería.

Obtuvo 1 victoria, 4 pódiums y 1 vuelta rápida en los únicamente 32 grandes premios que pudo disputar, antes de verse devastado por un feroz cáncer de testículos, que acabó con su vida a los 29 años. Dedicó sus últimos esfuerzos a poner en marcha la fundación de lucha contra el cáncer que lleva su nombre, y que luego su madre impulsó notablemente, al donar todos los bienes de su hijo. Sus compañeros de las carreras también se involucraron en su desempeño, e incluso fue dotada con las ganancias que George Harrison obtuvo con su canción. El desembolso de 2’5 millones de libras para comprar un acelerador lineal para tratamientos de radiación en el Hospital Charing Cross de Londres fue una de sus más conocidas acciones.

Para Suecia fue un verdadero desastre perder en tan poco tiempo a quienes fueron sus mejores pilotos de Fórmula 1, sin que nadie pudiera seguir su estela. Únicamente Stefan Johansson obtuvo resultados relevantes años después (12 pódiums entre 1985 y 1989), aunque nunca triunfó, a pesar de haber militado en equipos de punta como Ferrari o Mclaren. Al menos pudo ganar las 24 horas de Le Mans 1997, vengando las desdichas de Jo Bonnier, mostrándose como un sólido corredor de resistencia, donde atesora un palmarés notable.

La paradoja para los suecos fue que mientras sus figuras en las pistas desaparecían trágicamente, comenzaban sus mejores años en las competiciones fuera de ellas, con los títulos de campeones del mundo de rallyes de Björn Waldegard (1979) y Stig Blomsqvist (1984) y la victoria de Freddy Kottulinsky en el París-Dakar 1980.

Luego el automovilismo sueco se fue diluyendo poco a poco, ya que desde Kenneth Eriksson en Nueva Zelanda 1997 no volvió a imponerse en el WRC, hasta que el pasado julio Oliver Solberg sorprendió a todos al arrasar a sus rivales en Estonia. Mientras, de la Fórmula 1 desparecieron los apellidos suecos, aunque tras disputar con escasa fortuna 97 grandes premios, Marcus Thorbjörn Ericsson ganó sorprendentemente en 2022 las 500 Millas de Indianápolis, sustituyendo en el palmarés a su compatriota Kenny Bräck, triunfador en 1999. Quizás la herencia de Ronnie aún no se ha diluido.