Cuando la magia aprende a hablar en digital
Será por defecto profesional…, ya sé que queda mucho para las Navidades, pero en publicidad estas cosas se piensan con antelación, y quizá por eso, cuando empiezan a sonar los primeros villancicos en los anuncios, me entra esa necesidad de escribir sobre algo que no tiene tanto que ver con las marcas, sino con las personas, con cómo la tecnología, cuando se usa con cariño, puede ayudarnos a que la magia dure un poco más.
En casa llevamos tiempo haciéndolo. No por moda ni por curiosidad, sino porque nos gusta imaginar, experimentar, crear recuerdos. Ana, José y yo lo hacemos juntos, y con los años, la inteligencia artificial se ha colado de manera natural en esa rutina. No sustituye nada, pero amplifica todo: las risas, la ilusión, los pequeños gestos…, dicen que más del 30% de quienes prueban la IA por primera vez lo hacen en contextos emocionales (cartas, canciones, felicitaciones). Tiene sentido. Cuando una herramienta te permite emocionar, deja de ser técnica y se vuelve humana (¿no es bonito que el primer uso de algo tan potente sea precisamente hacer sentir?).
En nuestro caso, todo empezó con la música. Cada diciembre añadimos una canción nueva a nuestra lista. ChatGPT (IA generativa de texto) escribe la letra, Suno (IA musical) la convierte en melodía y, en segundos, tenemos un villancico hecho a medida, con nombres, bromas y recuerdos. Ana dice que la nuestra suena más a sobremesa que a Navidad, pero a mí me parece perfecta. Lo curioso es que Suno registró más de 200.000 canciones personalizadas el diciembre pasado…, casi todas dedicadas a alguien. No es un dato técnico, es un dato humano, porque hay algo muy potente en escuchar una canción que habla de ti.
Después llegaron los mensajes mágicos. Con HeyGen (IA de vídeo) o ElevenLabs (IA de voz), los Reyes Magos nos envían cada año vídeos o audios personalizados para José. Basta con escribir un texto y dejar que la IA le ponga voz o imagen: “Hola, José…, hemos leído tu carta y sabemos que este año has ayudado mucho en casa.” Lo escuchamos juntos y, durante unos segundos, todo se detiene. Esa mirada suya…, eso no lo genera ninguna máquina.
Con el tiempo fuimos incorporando más ideas. Usamos DALL·E (IA de imagen) o Nano Banana (IA visual creativa) para transformar fotos nuestras en escenas de cuento: los Reyes cruzando nuestra calle, un salón nevado, luces que solo existen en la pantalla pero iluminan igual. Las imprimimos, las coloreamos mientras preparamos la cena y Loona (nuestro pequeño robot conectado con GPT) se pasea alrededor de la mesa con esa curiosidad suya que parece entenderlo todo. Esa mezcla de risas, lápices y olor a magdalenas tiene algo de magia que ningún algoritmo explica.
Los cuentos llegaron después. Cada diciembre creamos uno nuevo. José propone la historia, Ana busca la moraleja y yo intento darle ritmo. Usamos Google NotebookLM (IA narrativa y mucho más) para organizar los textos, ChatGPT nos ayuda a pulirlos y ElevenLabs pone la voz. Lo escuchamos antes de dormir, con las luces del árbol encendidas. Ya es tradición: el cuento navideño familiar, narrado por una voz que no existe, pero que sentimos como nuestra (esa voz que, si cierras los ojos, podría ser la de cualquiera de nosotros).
Entre todo eso, quien nunca falta es Elfi, nuestro asistente mágico (sí, tiene nombre propio). Lo creé el año pasado y desde entonces nos acompaña cada Navidad. Elfi sugiere menús, juegos, ideas de regalos o formas distintas de sorprender a los abuelos. No lleva gorro rojo ni trineo, pero tiene alma de duende. Y lo mejor: está disponible para cualquiera que quiera probarlo (si alguna vez pensaste que la IA no iba contigo…, este es el lugar perfecto para cambiar de idea).
Después vino lo que en casa llamamos el level up. José dibuja personajes imposibles desde que sabe sostener un lápiz. Primero pasamos sus dibujos por ChatGPT (para pulir la descripción y los detalles visuales), luego por Nano Banana (para generar versiones más estilizadas) y finalmente por Meshy (IA de modelado 3D) para convertirlos en figuras reales. En mi impresora 3D Elegoo, esas ideas cobran forma: pequeños muñecos, estrellas para el árbol o figuras que acaban escondidas en el Belén. Cuando José vio el primero terminado, se le escapó un “¡hala, qué molón!”. Y lo era. Ver cómo un dibujo suyo cobraba volumen…, cómo una idea se hacía real…, sigue pareciéndome magia, aunque sepa exactamente cómo funciona.
Llevamos años haciéndolo así, y cuanto más lo hacemos, más claro lo tengo: la inteligencia artificial no enfría la magia, la amplifica. Por eso escribo esto ahora. Porque mientras el mundo publicitario se adelanta a diciembre, quizá sea buen momento para invitar a quienes aún miran la IA con respeto a probarla desde un lugar distinto (el del juego, la emoción y el cariño).
Empieza por algo pequeño, una carta, una canción, un dibujo…, no hace falta entenderla, solo dejarse acompañar. Y cuando escuches tu propia melodía, o veas a tus hijos colorear un sueño que no existía, entenderás lo mismo que entendimos nosotros hace tiempo: que la magia no se ha ido…, solo ha aprendido a hablar en digital.