Sorprende la insistencia del escritor Juan Manuel de Prada en proclamarse ‘antimoderno’ dado el anacronismo del concepto, si seguimos lo expuesto por Antoine Compagnon en su ensayo ‘Los antimodernos’ (2005). Según este pensador francés se trataría de un concepto ligado a una crítica feroz a la Revolución francesa que encabezaron De Maistre y Chateaubriand y que hicieron suya escritores como Balzac o Baudelaire. ¿Tiene algún sentido proclamarse hoy antimoderno? Casi nadie lo hace explícitamente.
La antimodernidad contemporánea se caracterizaría por su complejidad, no es una mera nostalgia del pasado, sino una posición crítica que busca preservar lo valioso de la tradición cultural europea mientras critica las derivas nihilistas y relativistas de la modernidad tardía. Así quizás podrían incluirse autores como José Jiménez Lozano, que en sus Diarios se proclama antimoderno, pero habría que circunscribirse al mundo literario francés para encontrar algunos ejemplos asimilables entre los autores vivos, pienso en tres en concreto: Alain Finkielkraut, Michel Houellebecq y Pascal Quignard. Otro candidato sería Jean Clair, que ha desarrollado desde la crítica de arte una posición antimoderna que defiende “la persistencia del arte figurativo y desenmascara tópicos y fábulas con relación a la vanguardia”. Este intento de asimilación resulta un tanto artificioso, no hay en realidad un ‘movimiento antimoderno’ vigente, se trata de una etiqueta que genera confusión cuando se saca de su tiempo, que fue el siglo XIX, y que además se fue diluyendo rápidamente en el romanticismo.