Fortuna Imperatrix

El lobo, qué gran matón

Los lobos, por más que se baile con ellos, suelen tener cara de pocos amigos. Perros con buen carácter, en cambio, hay muchos, aunque con malo también algunos, pero puede ser que solo cumplan órdenes. Esta obediencia debida no le sirvió de atenuante, sin embargo, a Rocky, un bull terrier con pintas que fue condenado a muerte por su papel en un robo en el que había atacado a una persona. Es cierto que en la última foto que se le hizo sale con cara de buena gente, lo que no sabemos es cómo quedó la de su víctima, si es que la mordió ahí. En su condición de reo, Rocky esperaba el cumplimiento de la pena capital en el refugio de animales del condado de King (Washington) encadenado en un patio cual vulgar presidiario.

Luego está la mezcla de perro y lobo: el perro lobo, muy aficionado ya a las ovejas. Antes, en los pueblos, el dueño del animal causante del desaguisado debía abonar las que mataba a sus propietarios. Para evitar esas muertes y sus indemnizaciones se llegaron a solicitar los servicios de especialistas en el método de la soga y el árbol. Ignoro si el nudo marinero llamado “ahorcaperros” procede de esta truculencia, pero sí es rigurosamente cierto que de adolescente cayó en mis manos una antigua pelota procedente de la piel de uno de esos infelices.

En cuanto al lobo propiamente dicho, esa bestia pura, cuanto más asesina más perdonable, como si mereciese un bono descuento por sus fechorías, debe reconocerse que tiene su club de seguidores. Ese ser que no sabe del miedo de las ovejas ni del de nadie, al que hemos ayudado a volver con su terror de serie porque tal vez el hombre, que es también un lobo para el hombre, como afirmó Hobbes: homo hominis lupus, le tenga como a un hermano (¡hermano lobo!) con el que se identifica. Así, han regresado también las viejas historias espeluznantes de abuelas y caperucitas, de los tres cerditos y del Pedro de Prokófiev. Hace poco, a solo doce kilómetros del centro de Oviedo, en Caces, un lobo, a plena luz del día, se comió a la burra “Blanquita” (llamemos a las cosas por su nombre), de un mes de edad. Estos casos se repiten, pues el muy atrevido ya llega a los núcleos urbanos y porque, como gran matón que es, y por lo tanto digno de admiración, ha sido incluido en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, lo que impide abatirlos. Se vislumbra, empero, en lontananza, un tímido control poblacional de la especie, lo que significaría que ya el lobo empieza a verle las orejas al lobo. 

Una solución que podría contentar a todos sería la de que estos valientes se cosieran a  dentelladas entre ellos, como los perros en Uzbekistán, que combaten sin descanso durante los fines de semana en peleas que desatan la admiración popular.