Leer te hará libre, aunque no te guste
Ante ciertas opiniones no puedo menos que sonreír. No siempre con malicia; la mayor parte de las veces prefiero callar antes que entrar en polémicas. Sin embargo, el caso de M. P. se ha convertido en un auténtico parteaguas social, con la capacidad de confundir a niños y adolescentes.
Niños, si alguno lee estas líneas, quiero dejaros algo claro: leer no es una cuestión de gusto, sino de amor. Y creedme, es la aventura más profunda de la vida, porque en las palabras se esconde el sentido mismo de la existencia.
Decía mi abuela que a veces es mejor callar. También que los adultos, llegado un momento, deberían disculparse por sus errores. Errar es humano, reconocerlo es de sabios, pero obstinarse en la necedad solo abre la herida.
Leer te hará libre, aunque no te guste. Al fin y al cabo, somos fruto del lenguaje y la cultura. El papiro, el pergamino y después el libro son el invento más trascendental de la humanidad: el artefacto intelectual más poderoso y revolucionario.
En la antigua Mesopotamia, donde se escribió la Epopeya de Gilgamesh, ya se entendía el valor del lenguaje escrito para el comercio y la organización social. Más tarde, los Ptolomeos dedicaron enormes esfuerzos a enriquecer la biblioteca de Alejandría. ¿Por qué? ¿Por poder? ¿Por sabiduría? Sócrates, que desconfiaba de los textos porque creía que debilitaban la memoria, nos llegó gracias a Platón, su discípulo, que recogió sus palabras.
Desde siempre, el texto escrito ha sido vehículo de sabiduría. Pensemos en El libro de los muertos o en Las mil y una noches. Obras que, desde oriente y occidente, alimentaron la imaginación y se convirtieron en cimientos universales de lo que hoy entendemos por ser humano.
Es cierto: leer no te convierte automáticamente en mejor persona. Pero sí te hace más culto, más informado, más empático. Y quizá también más pleno, lo que no es poca cosa. La felicidad —esa palabra tantas veces esquiva— se entrena como una habilidad: aprendemos a lo largo de la vida, nos adaptamos a nuestro entorno y buscamos un equilibrio que nos dé placer. Y en ese camino, la lectura es una maestra insustituible.
Cuando leemos no solo adquirimos vocabulario o ideas nuevas. Dialogamos con autores, debatimos con filósofos como Sócrates o Nietzsche, y con ello producimos pensamiento propio. Cuanto más leemos, más afinamos nuestra capacidad de imaginar y crear.
Gracias a la lectura, surgieron visiones que parecían imposibles: viajar a la Luna y ahora a Marte, soñar con curar el cáncer o el sida, concebir máquinas inteligentes. Todo ello nació en la imaginación de escritores visionarios como Julio Verne, Stanislaw Lem o Isaac Asimov.
Leer es, en definitiva, una aventura que abre mundos. Te da criterio, te permite elegir y te ofrece libertad. Libre para pensar, para decidir, incluso para exigir mejores gobernantes.
¿Y si no te gusta leer? No pasa nada. Tampoco me gustaba ir al colegio ni al dentista. Mi madre me enseñó a superar esas resistencias con paciencia. Leer no es obligatorio, pero sí enriquecedor: es vivir cientos de vidas en una sola.
Nuestra civilización descansa sobre palabras: transmiten deseos, normas, ideas, sueños. Son la argamasa de nuestra sociedad. Por eso leer no es solo cuestión de gusto, sino de amor. Un amor que no todos sentimos con la misma intensidad, pero que, cuando se enciende, nos hace libres.