El brillo que incomoda: una lectura del antisemitismo moderno
Acabo de leer como una pareja israelí fue rechazada en un camping en Austria con la frase “Para ustedes no hay lugar”, esto no se trató de un hecho aislado. Lo mismo ocurrió con músicos expulsados de una pizzería por hablar hebreo o con adolescentes judíos retirados de un vuelo en Valencia. Más que incidentes dispersos, son expresiones de algo más profundo: la persistencia del antisemitismo en nuevas formas, disfrazadas de corrección política o crítica social.
A lo largo de la historia, los judíos han sido señalados no solo por su fe o su origen, sino por sobresalir. En ciencia, arte, medicina, filosofía o finanzas, el pueblo judío ha contribuido de manera notable al desarrollo humano. Sin embargo, esa visibilidad ha generado rechazo, no por lo que hacen, sino por lo que representan: inteligencia, seguridad, diferencia.
Como explicó el antropólogo René Girard, las sociedades descargan tensiones colectivas sobre un “chivo expiatorio”. En Europa, ese rol históricamente ha recaído en los judíos: culpables de plagas, crisis económicas o conspiraciones. Hoy, aunque el discurso haya cambiado, el mecanismo es el mismo.
En Argentina, donde la comunidad judía está fuertemente integrada, los prejuicios siguen vivos. Una encuesta de la UBA y la DAIA reveló que casi la mitad de los encuestados creía que los judíos “hablan demasiado del Holocausto”, y una proporción similar pensaba que “son más leales a Israel que a Argentina”. Incluso sin violencia directa, estas ideas revelan un fondo de desconfianza, alimentado por ignorancia histórica y estereotipos.
Israel, por su parte, representa una forma de identidad afirmada: un país moderno, desarrollado, resiliente, donde muchos ciudadanos —especialmente jóvenes— viajan, opinan, discuten, sin temor a mostrarse. Esa actitud contrasta con la expectativa de “modestia” que predomina en muchos países. Lo que para unos es orgullo cultural, para otros puede parecer arrogancia. Y cuando no se comprende, se condena.
En Europa y América Latina, la crítica al Estado de Israel se transforma, muchas veces, en rechazo a cualquier persona israelí o judía, sin matices ni distinciones. Se espera que el judío “pida disculpas” por su historia, por su Estado, por su firmeza. Si no lo hace, incomoda.
La filósofa Hannah Arendt decía que el pensamiento libre molesta a las masas que buscan uniformidad. Y eso se aplica también al que defiende su identidad sin agachar la cabeza. El antisemitismo moderno ya no se declara como tal: se presenta como “activismo”, “antisionismo”, o “crítica legítima”. Pero cuando generaliza, deshumaniza y castiga al diferente por su sola existencia, sigue siendo lo de siempre.
Decían los criollos venezolanos sobre Francisco de Miranda: “Hasta el brillo de sus ojos nos ofende”. Esa frase podría aplicarse hoy a muchos que, simplemente por hablar hebreo, tener un pasaporte israelí o sostenerse con dignidad, generan rechazo. El problema no es el brillo en sí, sino la incomodidad que genera en quienes no están dispuestos a verlo sin prejuicio.