Sencillamente irresistibles

Lanzarse al espacio

Están de moda las “salidas al espacio” unos paseítos de diez a once minutos en los que algunos adinerados y otros  “enchufados,”  juegan a astronautas y colaboran al gasto de millones y millones  de dineros, mientras los demás se mueren de hambre. ¡Qué vergüenza! 

No es un tema de derechas o izquierdas,  lo es de absurdo despilfarro y de tomadura de pelo para quienes han sido arrastrados a la idea de que nuestro planeta pide a gritos que le salven, y a costa de ello, buscan el negocio en otras galaxias.

¿De qué hay que salvar a la Tierra? ¿De la contaminación?

Pues sí al parecer, y también del asteroide malvado que de un “asteroidazo” -comentan algunos enterados-  acabará con los terráqueos y con su hábitat limpísimo, ya que en él los automóviles contaminantes, serán sustituidos por otros eléctricos que no contaminan nada de nada, aunque hay quien asegura lo de “a ver qué pasa a la larga con sus baterías, que seguro envenenarán mucho más de lo que lo hacen los de gasolina y diesel de toda la vida”. Además tienen la manía de incendiarse en variopintas ocasiones.

Ah, y parece ser incluso que los cables de tales coches eléctricos les encantan a las ratas (no solo a sus impulsores de dos patas que diría Paquita la del Barrio). 

Por eso se los comen tan ricamente tal como dice Gaitán, uno de los mejores mecánicos del país.

Tampoco contaminan nada los aviones en los que se desplazan sin parar los políticos que nos “machacan” a majaderías sin sentido (como la de canjear nuestros automóviles de inmediato), para justificar su corrupción y sus sueldos. 

Ni contaminan esos lanzamientos espaciales cada vez más repetitivos, para bobos especiales, que ya no saben ni siquiera en qué invertir sus millones, salvo en empeorar nuestras vidas a niveles a veces insoportables (carne producida en impresora, destruyendo rebaños y pastos. Insectos para llenar nuestros platos, aunque recientes estudios han demostrado que la harina de los mismos, o sea, la confeccionada con ellos como materia prima, es perjudicial para nuestra salud. La agenda 20/30 en general, los pactos verdes y las amistades verdes como por ejemplo y presuntamente ¡por Dios! la de Ábalos con Jessica y etc. etc. y tito Berni y punto y seguido. 

Puestos a creer cualquier cuento, eran muchísimo más baratas y ecológicas las brujas de antaño, que a fin de cuentas volaban en sus escobas tan ricamente. O aquellas alfombras  de Aladino y compañía, que también se elevaban por los aires sin otro combustible que la magia.

Esa magia, definida como “arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales”. 

Esa con la que pretenden, contra las leyes naturales, que comulguemos con ruedas de molino, y que las papeletas en las urnas, las nuestras (aparte posibles y presuntas trampas)  no vuelen y les sean favorables. 

¿De qué van a vivir si no, cuando la mayoría no sabe hacer la O con un canuto?

Antiguamente, la expresión utilizada en las guerras de los siglos XVI y XVII allá por Bélgica era la de “Poner una pica en Flandes”. 

Ahora es la de “Poner una bandera en las estrellas” y puestos a poner, la de los ciudadanos es  “Poner un grito en el cielo”.

Ese cielo ocupado por cohetes, lanzaderas, aviones injustificados, Falcones y Chemtrails vertiendo, según la teoría conspirativa, sustancias destinadas a cambiar el clima.  

Pero ¿qué es peor? ¿lo que insinúa tal teoría, o lo que en realidad dejan los aviones de propulsión a chorro? (Emiten vapor de agua, dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno, hidrocarburos, monóxido de carbono, gases de azufre y partículas de hollín y metal formadas por la combustión a alta temperatura del combustible del avión durante el vuelo).

O sea, lo de no contaminar parece un chiste, aunque no haga ninguna gracia.

Ni la tiene Trump cuando asegura, rozando el límite del endiosamiento, que pondrá  la bandera de los Estados Unidos en Marte, para que los marcianos, si los hubiere, sepan, al igual que los habitantes de Groenlandia, quien manda.

Y afortunadamente en Europa tenemos a Ursulina que no iba a ser menos, y que cualquier día, intrépida y valiente, se da también una vueltita por el espacio y pone la bandera europea en  Saturno, e incluso, con un poco de suerte, se queda a vivir allí para siempre.