Un gallego en la galaxia

La línea roja

Esta expresión se emplea para indicar una demarcación, un límite cuyo traspaso se considera totalmente inaceptable. Como las rayas que en mi infancia trazábamos en el polvo para desafiar a nuestros contrincantes. Bastaba con que las pisaran para iniciar la pelea, que a menudo no pasaba de un simple ejercicio de lucha libre. Estas mismas rayas, ahora teñidas de rojo semafórico, se han estado multiplicando por doquier, en especial en el ámbito político.  Por otro lado, la clase política, cuyo cometido es velar por el bienestar y la justicia, parece haberse sumado al gansterismo que es su deber combatir, violando el derecho internacional y actuando en contravención de sus propias constituciones. Como tienen la sartén del poder por el mango, se permiten seguir cometiendo sus atropellos impunemente bajo el principio de inmunidad. La criminalidad estatal ha llegado a tal punto que, en vez de ser su representante, el gobierno se ha convertido en el enemigo del pueblo. De ahí que este mismo pueblo tenga que ejercer su soberanía democrática echándose a la calle para plantarles una línea roja a estos delincuentes. 

Esto es lo que acontece aquí en los Países Bajos. Este domingo pasado se celebró la segunda manifestación bajo ese mismo lema de la línea roja en protesta contra el genocidio del pueblo palestino. Unas ciento cincuenta mil personas se reunieron en un parque céntrico de La Haya. Después de un par de discursos, la multitud fluyó durante horas como un río rojo por la ciudad, portando sus pancartas y banderas, gritando sus eslóganes y aplaudiendo rítmicamente sin la menor necesidad de intervención policial. ‘¡Viva, viva Palestina!’ ‘Free, free Palestine!’ ‘From the river to the sea Palestine will be free!’ ‘From the sea to the river Palestine will live forever!’ ‘Regering, schande, bloed aan je handen!’ ‘Israel, you can’t hide, you’re committing genocide!’ ‘The people united will never be defeated!’ Lo de que el pueblo unido jamás será vencido se hacía eco del potencial revolucionario y esperanzador de la acción de masas ante la flagrante bancarrota moral de la clase dirigente y sus cómplices los magnates tecno-capitalistas. 

La Haya, como sede de la realeza y del gobierno neerlandeses, de las embajadas diplomáticas, del Tribunal Internacional de Justicia y de la Corte Penal Internacional, es el puente perfecto entre las demandas populares, la administración nacional y la comunidad internacional. La causa por genocidio interpuesta por Sudáfrica contra Israel, a pesar de los informes exhaustivos de Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados, y otras pruebas abrumadoras, sigue pendiente de resolución ante el Tribunal Internacional de Justicia. Las órdenes de arresto emitidas contra Netanyahu y Gallant por la Corte Penal Internacional siguen sin dar resultados, con miembros de la UE como Hungría negándose a ejecutarlas. Dado el apoyo incondicional de los EUA, que sigue vetando las resoluciones de alto el fuego del Consejo de Seguridad de la ONU, y la complicidad de países europeos como Alemania y Gran Bretaña, Israel considera que tiene carta blanca para realizar su sueño etnocéntrico del Gran Israel exterminando a los palestinos. Por su parte, la administración holandesa, sabiendo lo que sabe todo el mundo, ha mantenido una postura evasiva e hipócrita al respecto por temor a socavar el summum bonum calvinista de sus intereses económicos. 

Como decía uno de los grandes sabios que en el mundo han sido, el interés propio es el principio de la corrupción. Y allí, desfilando a paso de tortuga por la paz y la justicia, bajo la cúpula solemne de un día soleado y solidario, esa corrupción soberbia y rampante se erguía amenazante tras los rascacielos del centro urbano, gigantescos molinos de viento contra los que, montados en nuestros flacos rocines y armados de indignación y de tristeza, lanzábamos la caballería manchega de nuestros nobles ideales. Todos sentíamos la potencia y fragilidad de nuestra línea roja. Nadie se hacía ilusiones, pero tampoco las perdíamos. El pueblo unido…