La Leyenda Gris
Había en Cuba, a finales de los ochenta, unos grandes carteles colocados a lo largo de las carreteras que rezaban: “Cuba-URSS: amistad inquebrantable”. Faltaba añadir “hasta que se quebrante”, lo que en efecto ocurrió poco después. Otros vínculos, en cambio, por más que insistan en destruirlos desde intereses espurios, sí son en verdad perdurables, como los que unen a España con Hispanoamérica.
Aunque en los últimos tiempos se hayan retirado algunas estatuas de ilustres descubridores o conquistadores, como se les quiera llamar, incluidos Colón y la reina Isabel de Castilla, y que ciertas masas enfervorizadas no acierten todavía a comprender que ellas mismas son fruto del mestizaje que los españoles lograron en su fusión con los indígenas, me atrevo a pronosticar que esta moda será pasajera. Sin duda se cometerían excesos, pero nunca el propósito fue el exterminio de los indios, y la prueba está en las leyes que se promulgaron en su defensa, cuya eficacia demuestran ahora sus descendientes al quedar atrapados en la contradicción de sus protestas. Búsquese, en cambio, a los supervivientes de la Conquista del Oeste y no se les hallará. Para entender la magnitud de esa tragedia, tan magistralmente blanqueada por el cine, nada mejor que leer el libro Enterrad mi corazón en Wounded Knee, de Dee Brown, en que el autor narra cómo todas las tribus de lo que hoy es EUA fueron barridas de costa a costa por las armas de fuego y los tratados incumplidos.
Otra obra fundamental para poder abarcar adecuadamente el contexto en que sucedieron los hechos tras la llegada de los españoles a América es la titulada Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, quien acompañó como cronista al pequeño ejército de Cortés en su penetración en lo que ahora es México desde su desembarco en Veracruz. Con una memoria fotográfica impresionante, Bernal, con descripciones que rayan lo prodigioso, cuenta cada episodio de aquella gesta. Es incomprensible que un texto así de clarificador haya estado tan relegado en España, donde se sigue desconociendo, cuando relevantes escritores lo han situado en importancia inmediatamente después del Quijote. Los pueblos que habitaban esas tierras eran crueles y realizaban sacrificios humanos masivos, y los arqueólogos continúan hallando restos amontonados de esqueletos que lo prueban. Debe descartarse por tanto la propaganda tan extendida de una civilización pacífica entregada al calendario y los fenómenos astronómicos. Los tlaxcaltecas, por ejemplo, que eran devorados por los aztecas después de ser engordados en jaulas, prefirieron aliarse con los españoles antes que continuar proporcionando proteínas a ese menú. La película Apocalypto, de Mel Gibson, ilustra aquel Viejo Mundo con secuencias de imágenes imborrables.
También Alejo Carpentier en estos versos en que el demonio se queja a Dios:
“Oh tribunal bendito, Providencia eternamente. ¿Dónde envías a Colón para renovar mis daños? ¿No sabes que ha muchos años que tengo allí posesión?
Por favor, rebajemos el color de la Leyenda al menos a Gris.