Tras los bastidores

La amenaza iraní

Israel está haciendo el trabajo sucio por todos nosotros en Irán, dijo el canciller alemán en el G-7”. Friedrich Merz además expresó su apoyo al gobierno del primer ministro Netanyahu y de su aliado en EE. UU, Donald Trump. Es una nueva cruzada de Occidente en contraposición del islam radical de Oriente que ve en EE. UU, en Europa y en Israel, un enemigo que debe desaparecer de la faz de la tierra. Israel es para el mundo occidental el dique contra la Yihad. Así que Israel sería el Bizancio de hoy.

El mundo se encuentra en un momento decisivo, en lo que podría describirse como el minuto noventa antes de una crisis sin precedentes. El régimen iraní ha acelerado su programa nuclear a niveles alarmantes, y, según los más recientes informes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), ya cuenta con suficiente uranio altamente enriquecido como para fabricar hasta nueve bombas atómicas. Si las condiciones lo permiten, podría convertir ese material en armas funcionales en cuestión de semanas. No es una amenaza futura; es una realidad inminente.

Pero esta no es la única amenaza. Irán ha estado expandiendo su arsenal de misiles balísticos, que ya es el más grande del Medio Oriente. Se estima que podría alcanzar los 10.000 misiles, muchos con alcances de hasta 2.500 kilómetros. Esto significa que no solo sus vecinos están en peligro, sino también buena parte de Europa.

La amenaza que representa el régimen de los Ayatolás no se limita a lo nuclear o lo balístico. Por más de cuatro décadas, Irán ha sido el mayor patrocinador de terrorismo en el mundo. A través de grupos como Hezbolá en el Líbano, Hamás en Gaza y milicias en Siria, Irak y Yemen, ha impulsado un modelo de guerra por delegación que siembra el caos y debilita Estados. Desde ataques terroristas en Bulgaria hasta atentados en Argentina, la mano del régimen iraní ha dejado una huella sangrienta y global.

Frente a esta realidad, el mundo libre enfrenta una disyuntiva ineludible: actuar de forma decidida ahora, o enfrentar las consecuencias de una guerra nuclear más adelante. No se trata de alarmismo, sino de responsabilidad estratégica y moral. La inacción de hoy será el caos de mañana.

Israel, en este contexto, se ha convertido en el primer muro de contención. Con una población nueve veces menor y un territorio 80 veces más pequeño que Irán, enfrenta una amenaza existencial. Pero lejos de rendirse, Israel actúa con determinación, dirigiendo sus operaciones hacia blancos militares y terroristas, mientras sus enemigos atacan indiscriminadamente zonas civiles. Esa es la diferencia entre una democracia que se defiende y un régimen que siembra muerte.

Este no es un llamado a la guerra, es un llamado a la responsabilidad. A entender que la amenaza iraní trasciende fronteras y religiones. A comprender que permitir que Teherán acceda a armas nucleares es comprometer el futuro de millones de personas en todo el planeta.

No se trata del pueblo iraní, que también ha sido víctima de este régimen opresor. Se trata de impedir que una teocracia radical, que promueve el extremismo y el odio, obtenga el arma definitiva con la que chantajear y destruir.

América Latina no es inmune a esta amenaza. Ya ha sido blanco del terrorismo iraní, como lo demuestra el atentado contra la AMIA en Argentina, el ataque más mortífero en la historia de ese país. Irán ha tejido redes de influencia y penetración ideológica en la región, aliándose con regímenes autoritarios, financiando estructuras paralelas y utilizando organizaciones fachada. No debemos caer en la trampa de pensar que se trata de un conflicto lejano. Es una amenaza global que también pone en riesgo nuestra estabilidad y nuestra democracia.

El momento de actuar es ahora. El compromiso con la seguridad, la libertad y el derecho internacional exige decisiones firmes. Israel ha entendido el desafío y ha asumido el costo. El resto del mundo, y América Latina en particular, deben decidir si estarán del lado de la defensa de los valores democráticos o de la complacencia ante un régimen que solo entiende el lenguaje de la fuerza.

Porque al final, la historia no juzgará solo a quienes cometieron el mal, sino también a quienes lo permitieron por omisión.