La Receta

Iniciativas populares sobre medicamentos: la ilusión democrática defraudada

Desde la aprobación de la Constitución de 1978, la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) ha sido presentada como una joya democrática: un cauce directo para que los ciudadanos, sin intermediarios, lleven sus inquietudes al Parlamento. Sobre el papel, nada más loable. En la realidad, sin embargo, las ILP se han convertido en un instrumento cuyo recorrido práctico es, en el mejor de los casos, anecdótico.

Los números no engañan. En más de cuarenta años, solo dos ILP han llegado a convertirse en ley. Una de ellas, la Ley 4/1991 de Arrendamientos Urbanos (hoy derogada) y otra, la Ley 19/2007 contra la violencia, el racismo y la xenofobia en el deporte. El resto han quedado arrinconadas en los cajones del Congreso o han sido votadas en contra por la práctica totalidad de los partidos, incluso aquellas que lograron generar cierto consenso social. Es un dato demoledor para un mecanismo que, en teoría, nace para canalizar la voluntad popular.

Y aquí entra el gran interrogante: ¿para qué sirve, entonces, promover una ILP en España?

La respuesta, aunque pueda sonar cínica, es bastante clara: para hacer ruido y crear un estado de opinión. La mayor utilidad de una ILP no está en la expectativa de que se convierta en ley, sino en la capacidad de visibilizar un problema y de movilizar apoyos sociales. En el fondo, es más un instrumento de presión política y mediática que un mecanismo real de cambio legislativo. Quien impulsa una ILP sabe, salvo milagro, que el Parlamento la dejará morir en la mesa o la tumbará en pleno. Y, aun así, la impulsa, porque le interesa el altavoz que supone.

Un ejemplo perfecto fue, la ILP sobre ‘principios básicos de los medicamentos’, que llegó a las Cortes en el año 2001. Aquella iniciativa, muy trabajada técnicamente y respaldada por profesionales del sector, llegó al Congreso… solo para ser rechazada sin miramientos por todos los grupos políticos. El Parlamento, en esto, ejerce una lógica férrea: no le gusta que nadie le marque la agenda legislativa desde fuera.

Ahora, se anuncia que los veterinarios promoverán una nueva ILP para flexibilizar ciertos aspectos de la prescripción y entrega de medicamentos veterinarios. Una cuestión importante, pues afecta tanto a la sanidad animal como a la salud pública y a la economía de los profesionales veterinarios ganaderos y tutores de animales de compañía.

Permítanme el escepticismo: si consiguen las 500.000 firmas, lograrán titulares en prensa y cierto eco mediático, pero es harto improbable que su propuesta se convierta en ley. Y no porque el tema no sea relevante, sino porque el Parlamento español ha convertido la ILP en un trámite casi decorativo. Además, cualquier iniciativa que afecte a la regulación de medicamentos —un ámbito muy técnico y sujeto a normativa europea— levanta suspicacias y reticencias políticas, por temor a posibles riesgos en salud pública o a conflictos con la regulación europea. Basta recordar cómo acabó la anterior ILP sobre medicamentos.

Por tanto, si los veterinarios siguen adelante, deberán ser conscientes de que su verdadera batalla no está en las Cortes Generales, sino en el espacio público. Su objetivo real no será tanto aprobar una ley como poner el debate sobre la mesa, sensibilizar a la opinión pública y quizá forzar que el Gobierno o los partidos integren alguna de sus propuestas en futuros proyectos legislativos.

Pero hay algo peor: no conseguir las 500.000 firmas como le ha sucedido a la Asociación por un Acceso Justo al Medicamento (AAJM) que formó parte de la Comisión Promotora de la ILP denominada ‘Medicamentos a un precio justo’, registrada ante el Congreso el 25 de junio de 2019 sin conseguir las firmas en el plazo necesario. En esos casos el riesgo de los que promueven estas leyes, es el fracaso político y mediático, además un fuerte desgaste económico, ya que existe una subvención de los gastos, solo si llega a tramitarse el proyecto. Algo que recuerda a la venganza de don Mendo sobre el juego de las siete y media: “es juego vil y traidor, porque de mil veces que juegas, o te pasas, o no llegas, y el no llegar es perder, y el pasarse es peor...

Así qué, La iniciativa legislativa popular es un hermoso mecanismo sobre el papel, pero en la práctica es un espejismo democrático. Útil como altavoz, pero casi inútil como vía real de cambio legislativo. Los que promueven ILP lo saben y, aun así, lo hacen… porque, en política, muchas veces lo importante no es legislar, sino influir.