La inercia del pasado como política de una izquierda fracasada y desfasada
La izquierda está en retroceso en todo el continente, incluso en riesgo de desaparición en muchos países, como está ocurriendo en Europa del Este. Los recientes resultados en las elecciones en Polonia, Rumania, Moldavia, Hungría e Incluso en Alemania revelan que los socialdemócratas ya no son una alternativa de gobierno en dichos países, sino una fuerza periférica dentro de esos sistemas y no determinante como en el pasado, y que las fuerzas populistas, tanto a izquierda como a derecha, ya compiten abiertamente por el espacio que ocupaban antes.
Vivir de la inercia del pasado, cuando el mundo no para de dar vueltas y enfrenta realidades cambiantes y volátiles, era una buena opción de supervivencia en tiempos pretéritos, pero ahora, con la supremacía de las nuevas tecnologías en la política, es un seguro camino para la eutanasia política.
El caso de Portugal es el ejemplo más paradigmático de esa crisis, tal como se vio en las últimas elecciones generales, en que la extrema derecha, Chega, se convirtió en la segunda fuerza política por delante de los socialistas y ahora se erige en alternativa de gobierno frente al centro derecha. Algo parecido ocurrió en los últimos comicios celebrados en Alemania, cuando los socialdemócratas quedaron en tercera posición, superados por la derechista AfD, y casi también superados por los verdes. Esta tendencia, además, se ha visto reforzada por las últimas encuestas, que incluso señalan que la extrema derecha podría superar al partido gobernante, la CDU/CSU, y ser una opción clara de gobierno.
¿Qué es lo que está pasando a la izquierda? “Esta tendencia (de la izquierda), al a convertir la lucha contra la discriminación en una nueva forma de discriminación, supuestamente a favor de las minorías, es un error estratégico. Para proteger a las minorías en una democracia, sigues necesitando el apoyo de la mayoría”, señalaba el filósofo italiano Giuliano da Empoli con bastante tino. Ahí radica parte del problema de los partidos de izquierda en Europa, más atentos de los problemas de las minorías que de las grandes mayorías, que viven angustiadas por los problemas reales, como la falta de empleo, la carestía de la vida, el alza en los precios de la vivienda, la inseguridad rampante en muchas ciudades de Europa y el vertiginoso aumento de la inmigración ilegal, por citar solamente algunos de los asuntos que son realmente las cuestiones fundamentales que preocupan en la vida diaria de millones de europeos. ¿Por qué están tan ciegos los líderes de la izquierda?
La falta de empatía con los más jóvenes
Luego está, a mi entender, un asunto vital: la falta de empatía que tiene la izquierda con los más jóvenes. En toda Europa, y se podría decir que casi que sin excepción, los más jóvenes han desertado de la izquierda, ya no votan a partidos que se consideran como tales, porque en ese magma arrasador de la globalización ven peligrar su identidad cultural, nacional, social e incluso religiosa y no quieren verse desposeídos de la misma como pretenden los líderes de la cateta progresía continental. Esa bandera, ese uso retórico ya desnaturalizado y carente de sentido del “progresismo” y la ideología woke, ya no son elementos movilizadores ni catalizadores sociales capaces de congregar el voto joven, como se ha visto en numerosos procesos electorales, e, incluso, empieza a concitar el rechazo social, porque es un discurso manido, desgastado y con una carga tan redundante que ya es incapaz de ser un elemento ilusionante y mucho menos apasionante. La política es pasión y cuando deja de serlo no es nada, puro aire etéreo destinado al cielo condenador del anonimato.
El triunfo del nacionalismo en toda Europa, absolutamente ligado al auge de la extrema derecha, tiene que ver con un claro rechazo a una globalización impuesta sin haber sido digerida no solamente por los más jóvenes, sino por numerosos sectores sociales, tal como explicaba muy acertadamente Fernando Aramburu:” ”El otro elemento que explica este auge populista es la reacción a la globalización. No soy especialista, pero sí un testigo de mi época. Hay un sector de la población que se está cuestionando su identidad, que no ve como una renovación de su identidad el hecho de que se derriben fronteras y nos fundamos con otras naciones. Entonces hay un movimiento de reacción para centrarse en lo que se considera genuino o puro”.
Ese retorno a la patria por parte de los más jóvenes, e incluso esa mirada hacia el pasado con un aire de nostalgia inexplicable, tiene mucho que ver con ese abuso desmedido, por parte de los progres, de la soberbia ideológica, apelando a la superioridad íntegra y ética que pretendidamente porta la izquierda frente a todos los demás. Ello ha sido respondido con un rechazo a todo ese narcisismo autista e incurable, porque, en el fondo, dicho discurso no tiene ni la fortaleza ni aporta garantías para dar aliento moral y energía para una parte de la sociedad desvalida, abandonada a la deriva y necesitada de algo más que palabrería barata. Frente a un naufragio, lo último es la prepotencia ideológica.
Así lo explicaba el ya citado Aramburu, autor de la antológica novela Patria, “es sin duda, un fenómeno general que merece ser estudiado con mucho detenimiento, no se puede despachar con unas pocas denominaciones, como fascismo, nazismo, etcétera. Creo que hay que estudiarlo a fondo para tratar de comprender por qué hay un creciente número de ciudadanos que hoy apoya estas posturas en sociedades democráticas. Creo que hay cierto cansancio con las democracias, particularmente entre los jóvenes, aunque a mí no me gusta nada arremeter contra la juventud”. Continuará.