El impacto de la transición energética europea
Desde hace unos años Europa se ha empeñado en salvar al mundo autoimponiéndose una drástica reducción de las emisiones de carbono. El enfoque radical adoptado no tiene mucho sentido dado el modesto peso que tienen nuestras emisiones comparadas con las de EE.UU, China y la India. Bruselas tenía que haber negociado con estos países un plan conjunto porque ir de Don Quijote no está sirviendo para nada, salvo para empobrecer a los europeos.
Europa en general, España y Alemania en particular, soportan una energía más de dos veces más cara que la de sus competidores americanos o asiáticos. Obviamente este es uno de los factores que está haciendo que nos quedemos atrás en crecimiento y prosperidad.
Prescindir del gas ruso, barato y de calidad, ha sido un grave error. Lo mismo se puede decir del de Argelia, cortesía de Pedro Sánchez. Ahora Europa vive en gran medida del gas licuado que viene de EE.UU, que es mucho más caro, así como de las inestables energías renovables. Por si fuera poco, los gobiernos de Alemania o España han decidido abandonar la nuclear, energía que es fundamental para luchar contra el cambio climático ya que no emite gases de efecto invernadero, es barata y da estabilidad al suministro.
En mi opinión, la guerra de Ucrania quizá se podría haber evitado con más mano izquierda, diplomacia, y alguna concesión en materia de seguridad. En todo caso, las sanciones no tenían que haber afectado a la energía. Era evidente que Rusia iba a vender en el mercado su producción de una forma u otra a terceros, como China e India, países que luego nos revenden estos hidrocarburos a mayor precio.
Europa ha tomado medidas poco inteligentes en materia energética. No ha conseguido debilitar a Rusia, sino a sí misma, y de paso enriquecer a los EE.UU. A día de hoy, la guerra está girando a favor del agresor de manera que los sacrificios realizados por los europeos están siendo inútiles.
No es de extrañar que la industria europea esté sufriendo y menguando dado el sobrecoste energético que soporta. El sector automovilístico es uno de los más importantes, pero esto no parece importarle a Bruselas ya que no han dudado en sacrificarlo a unos objetivos radicales e inalcanzables en materia de emisiones de carbono.
Volkswagen acaba de anunciar que va a cerrar tres fábricas en Alemania, eliminado muchos miles de empleos, y recortando los sueldos de decenas de miles. Esto es el amargo fruto de la política de transición energética impuesta por Bruselas bajo la presión de los ecologistas radicales.
Europa es líder en motores de explosión pero está en desventaja en materia de coches eléctricos. Sin embargo, Bruselas ha decidido tirar por la borda esta ventaja competitiva y poner a la industria a los pies de EE.UU y de China haciendo inviables los autos de combustión interna y subsidiando los eléctricos. Esto ha permitido a Tesla y a los fabricantes chinos de eléctricos, más competitivos, ganar una gran cuota de mercado a costa de Volkswagen y otros fabricantes europeos. Ahora, cuando el daño está hecho, Bruselas pretende imponer aranceles a los coches chinos, lo cual se va a traducir en una guerra comercial que también nos va a dañar económicamente.
La política europea que dirige Bruselas parece diseñada por un enemigo. No han conseguido que Rusia pierda la guerra, y no se está logrando nada significativo en materia de descarbonización puesto que las emisiones de los países asiáticos, y en menor medida EEUU, están compensando y anulando el esfuerzo de reducción de Europa. Este es un asunto global, no local.
Europa soporta los costes de esta política, como son una energía muy cara, el hundimiento de la industria, la pérdida de empleos, y el empobrecimiento relativo respecto de EE.UU y China, y a cambio no cosecha beneficios significativos.
Obviamente hay que contaminar menos, pero esto se debe abordar mediante un acuerdo global en el que entren al menos EE.UU y los BRICS, Rusia aparte. Mientras tanto hay que incentivar las tecnologías más eficientes y menos contaminantes, y digo incentivar, no castigar. Europa solo sabe ordenar, multar y confiscar, lo cual es muy diferente de incentivar. Hay que progresar hacia una economía menos contaminante sin destruir la industria y el empleo, sin empobrecer a la ciudadanía.
Habría sido más sensato optar por los combustibles sintéticos, neutros en carbono, para así mantener la ventaja competitiva de la industria europea de motores de combustión interna. Tomando todo el ciclo de producción, uso y reciclaje, el coche eléctrico solo es neutro en carbono a partir de al menos 100.000km. Los eléctricos grandes arrastran hasta 600 kilos de baterías allí donde van, lo cual es muy ineficiente. A día de hoy, el eléctrico tiene sentido solo si es pequeño y para su uso en ciudad y cercanías, y poco más, al menos dado el estado de la tecnología de las baterías actuales, pesadísimas y con una modesta capacidad de carga.
Además de los e-fuels, los híbridos tienen mucho más sentido que los eléctricos ya que contaminan poco y tienen más autonomía, sin olvidar que el repostaje/recarga es mucho más rápido. Según Toyota, con el litio necesario para hacer un eléctrico se pueden fabricar 90 híbridos no recargables. El ahorro de emisiones es notablemente mayor en el segundo caso, y lo mismo sucede con el uso de combustible sintético. Es obvio que los políticos no han consultado con la industria ni con los expertos.
En todo caso, en vez de imponer desde Bruselas el auto eléctrico y la desaparición de los motores de explosión, tenían que haber incentivado a los fabricantes a que buscaran las mejores soluciones en competencia. Es el mercado, los fabricantes, los ingenieros, la iniciativa privada y su creatividad los que debidamente incentivados pueden desarrollar las mejores soluciones, en plural. Porque pretender que todo sea eléctrico es imposible y gravosísimo. La solución viene de un conjunto de tecnologías, y no solo de una.
A medida que crece el dirigismo político, decrece la libertad económica, lo cual hace que Europa sea cada vez menos competitiva. Esto lo pagan millones de europeos con más inflación, menos renta y menos empleo.
El problema es también el dogmatismo de la política europea, su falta de autocrítica y de flexibilidad para cambiar de rumbo. Ya en la época del famoso Antonio Pérez, secretario de Felipe II, se hablaba de la soberbia de los funcionarios. Cinco siglos después la soberbia de los políticos europeos nos está hundiendo.