Revolución Individual

El hombre tiene derecho a la felicidad

Esa idea nació de la inteligencia y la pasión cívica de Gaetano Filangieri, una de las voces más elevadas de la conciencia europea, y Benjamin Franklin la engarzó, como una joya, junto al derecho a la vida y a la libertad, en aquella Declaración Unánime de los Trece Estados Unidos de América, destinada a permanecer como un monumento a la esperanza de la humanidad de convertirse, algún día, en una especie feliz e inmortal.

Un fragmento de inmortalidad

Entre el “el hombre tiene derecho a la felicidad”, concebido por Filangieri e incluido en la Declaración, y “el hombre tiene derecho a la propiedad”, propuesto por John Locke, hay una eternidad de diferencia.

El ascenso que los Estados Unidos conocerán entre las naciones del mundo, su capacidad de atraer y asimilar personas de todo el planeta, impulsadas por ese intenso aroma de libertad — el sueño americano — tiene su origen y explicación en ese fragmento de inmortalidad, en esa semilla luminosa sembrada en la Declaración.

De allí brotarán la economía y el poder de los Estados Unidos.

El eslogan que se volverá más americano que la misma bandera de estrellas y franjas encarna sus principios más elevados y su misión más profunda.

De Italia a América… y de regreso

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en su parte más luminosa, tiene entonces un padre napolitano.

Partida de Italia con el descubrimiento de Colón, la historia de América vuelve simbólicamente a Italia con Filangieri, para su acto de nacimiento.

Un regreso simbólico al padre, que testimonia el fuerte entrelazamiento de los destinos de nuestros dos pueblos.

Ese fragmento de inmortalidad penetrado en aquel manifiesto es el verdadero origen de todo el bienestar del que América ha gozado durante más de dos siglos.

Pero las señales de decadencia de aquella sociedad se han multiplicado y agravado.

La verdadera revolución empieza dentro de uno

Esa promesa hecha al mundo — de disponibilidad hacia sus problemas, con una perspectiva universal, capaz de abrazar pueblos y civilizaciones en una visión amplia y dialéctica — no se ha cumplido.

La destrucción de las Torres del World Trade Center el 11 de septiembre no fue más que el signo visible de una larga degradación de aquel sueño, gradualmente transformado en codicia, en voluntad de poder y, no pocas veces, en explotación y sometimiento.

El conflicto social, la criminalidad extendida, una economía que se ha convertido en una máquina de muerte — con la industria bélica más poderosa del mundo en el centro — avanzan en dirección contraria a los valores de dignidad y libertad indicados por aquel sueño originario.

Filangieri, idealista y jurista, aún creía que la felicidad podía llegar desde el exterior.

Como Rousseau, pensaba que el cambio de las leyes, la república, la democracia y la liberalización de las instituciones políticas y civiles podían traer felicidad a los pueblos.

Ignoraba que la felicidad solo es posible para el individuo.

Solo quien ha vencido dentro de sí la lógica del conflicto — esas fuerzas opuestas que desde siempre se enfrentan en el corazón del hombre — tiene derecho a la felicidad.

Y solo un hombre feliz puede cambiar la economía y traer sanación a los problemas milenarios del mundo.

“Para poder avanzar siquiera un milímetro hacia la libertad, hay que invertir nuestra visión del mundo. Es un esfuerzo inmenso. Y sin embargo, no hay bendición más grande.

La conquista de ese milímetro, en la eternidad de tu ser, devora océanos en el mundo de losm acontecimientos.”