Cinco sentidos

Heridas

La débil humanidad de nuestra vida está hecha de un cúmulo de heridas. 

Un vaivén sostenido de golpes y magulladuras que, sin saberlo, nos van preparando y  haciendo crecer. 

Nacemos débiles, incapaces de sostenernos a nosotros mismos. 

Venimos con el -insert- de la necesidad del otro. 

La filosofía y la ciencia lo han dicho desde siempre: Somos seres sociales. 

Algunos autores como Edgar Rice Burroughs (Tarzán) o Daniel Defoe (Robinson Crusoe)  imaginaron la vida de un hombre sin sociedad humana. Y aun así incluso en la soledad más  absoluta, permanece algo en nosotros que nos distingue del resto de las especies. 

El ser humano se aferra a su humanidad (invito a leer Testigos de Esperanza del Cardenal  Van Thuan 13 años preso 9 de los cuales estuvo en aislamiento total).  

Aún al borde de perder la razón, la humanidad muestra rasgos de su existencia humana, el  hombre no es un mono, ni una fiera salvaje, es un ser con una inteligencia superior (sé que  más de uno me discutirá este término) 

Esa inteligencia, sin embargo, no nos coloca por encima de la vida conocida como para  justificar su exterminio, sino en un lugar distinto: el de una responsabilidad mayor. La  responsabilidad de sostener el equilibrio, cuidar la vida, y administrar los recursos que la  hacen posible. 

Esa inteligencia puede convertirse en luz. Pensar en los demás genera la construcción de  puentes, el desarrollo de curas para las enfermedades ayuda a caminar a quien dejó de hacerlo. 

Pero también puede volverse sombra, las guerras lo muestran.  

Otras sin ser guerras declaradas también causan daños irreversibles, las relaciones  intrafamiliares, algunas tan violentas que parecen sacadas de una novela de horror, y  totalmente lejanas a la imagen del amor esperado en un hogar. He visto de todo en mi larga  profesión.  

Existe, sin embargo, un tipo de herida más discreta, no hace ruido. 

No deja moretones visibles.

Habita el inconsciente: culpas, silencios de décadas, menosprecios, preferencias, amores sin respuesta, caminos de ida que nunca regresan. 

Todos llevamos esas marcas, que se sumergen en lo más profundo, asumir que uno es responsable de esos golpes y convencerse de que se merecen es una carga demasiado pesada  que construye la realidad cotidiana de muchas personas.  

Ver respirar a alguien que ha perdido la esperanza, que llega a considerar que su vida es un estorbo… 

Es profundamente movilizante. A veces no sabemos cómo responder a esas miradas, a esos momentos de angustia que no piden palabras sino sólo escucha… 

Confieso que más de una vez me he sentido carente de herramientas para poder dar una respuesta y soy antipático con las ideas de la autoayuda, del creer para crear, de las soluciones en la individualidad y fuera de toda humanidad social. 

Sólo puedo pensar que hemos necesitado de los dolores para crecer, las heridas nos dejarán  cicatrices como recordatorio, pero cada una de esas cicatrices son surcos que se abren en la  piel y en el alma por donde corre la vida, nuestro valor más maravilloso y lo he descubierto  en este tiempo, es la capacidad de amar al prójimo como a uno mismo, que cada lucha inútil  por modificar al otro es eso, lucha e inútil, porque en definitiva lo único que puedo cambiar  es mi siguiente paso para seguir caminando.  

Esos pensamientos de mundos perfectos donde uno no es parte, es algo de lo que se debe  huir cuanto antes, mirando más allá del horizonte y descubriendo que nosotros somos la  historia que vamos construyendo con lo que tenemos, y descubriremos, tal vez, en algún  momento que en vez de herir a alguien tenemos en nuestras manos la capacidad de aliviar  un poco esas heridas.- 

Dedicado a los Ángeles del Puente (Puente Manuel Belgrano. Ciudad de Corrientes y Ciudad  de Resistencia. R. Argentina).-