Economía sin corbata: lo que nadie te dice pero todos necesitan saber

Furtivos, optimizadores y parásitos: el menú fiscal del año

Veo cómo se mueven, los observo desde lejos. No hacen ruido, no llaman la atención, pero todos están ahí: los contribuyentes furtivos. Cada uno con su pequeño ritual, su estrategia, su manera peculiar de... digamos... esquivar la mesa del banquete fiscal.

El primero es el que yo llamo el ignorante elegante. No sabe exactamente cómo funciona el sistema, pero intuye que puede estirar los límites. Se suscribe a asesorías baratas, compra plantillas de internet, pregunta en foros. Cree que la Hacienda Pública es un ente algo torpe, al que se puede confundir si uno mueve las manos lo suficientemente rápido. Pobrecillo. No sabe que en el momento exacto en el que comete el error, la maquinaria despierta. Y cuando despierta, no olvida.

El segundo es más interesante. El optimizador compulsivo. Este sí conoce las normas, las interpreta, las dobla sin romperlas, las exprime hasta la última gota. Busca cada deducción, cada régimen fiscal, cada exención oculta en el reglamento. Su deporte favorito no es evadir, es jugar en la frontera. Admírolo en cierto modo; sabe que el arte no está en no pagar, sino en pagar lo justo. Ni un euro más. Ni uno menos, si es evitable.

Y luego está el tercero. El autoconvencido inmortal. Este es peligroso, para sí mismo. Está convencido de que jamás le pillarán. Monta sociedades en países exóticos, disfraza ingresos, mueve dinero por pasarelas digitales como si el rastro no existiera. Se siente por encima del sistema, como si el Estado fuese un simple espectador de su ingenio. No comprende la naturaleza paciente de Hacienda. La inteligencia artificial, los convenios internacionales, los algoritmos de cruce de datos... lo observan mientras él sonríe. Hasta que dejan de observar y comienzan a actuar. Y entonces... bueno, usted ya sabe cómo termina ese tipo de cenas.

Pero hay un cuarto espécimen. Uno del que casi nadie habla. El que directamente no paga, y por tanto, no es contribuyente. Ni juega, ni optimiza, ni siquiera evade. Simplemente permanece fuera del tablero, alimentado por el sistema que otros sostienen. Consume recursos sin aportar, exige derechos sin financiar obligaciones. Es la variante parasitaria, la que vive de lo que otros soportan.

¿Sabe usted cuál es la diferencia entre estos perfiles? No es ética. Es inteligencia fiscal. Porque en este juego no se premia al que evade, ni al que ignora, ni al que se esconde. Se premia al que entiende las reglas, al que diseña su estructura antes de jugar. Al que respeta el sistema porque sabe cómo usarlo en su favor.

Claro que, para eso, hace falta algo más que un software de 49€ y un gestor low-cost. Hace falta alguien que disfrute de entender cómo funciona la mente del sistema, de diseccionar cada artículo de la norma, de anticipar cada movimiento antes de que el adversario levante el cuchillo.

Porque el problema no es pagar impuestos, estimado lector. El problema es pagarlos mal.