Ingeniero y Académico
La fidelidad histórica frente a la inclusión contemporánea
06 de octubre de 2025 (09:25 h.)
En los últimos años, especialmente en producciones británicas y americanas, se ha vuelto frecuente la decisión de representar a personajes históricos caucásicos con actores de orígenes étnicos que son completamente distintos. El caso más reciente es que Netflix planea que el Rey Gustavo III de Suecia, un monarca absolutista del siglo XVIII, sea interpretado por el actor libanés Alexander Abdallah en una nueva serie sobre la aristocrática familia Von Fersen. A primera vista, habrá quien querrá defender esta práctica como un ejercicio de “inclusión” o una estrategia de marketing para atraer a nuevas audiencias. Sin embargo, la pregunta fundamental es ¿qué ocurre con la veracidad histórica y la coherencia cultural cuando se distorsionan aspectos tan esenciales como la identidad étnica de un personaje real? No se trata de un caso aislado. La serie “Bridgerton”, de gran éxito en la ya citada plataforma Netflix, retrata a la aristocracia inglesa de la época de la Regencia con un alto número de personajes afrodescendientes o asiáticos ocupando posiciones de poder y nobleza, algo del todo impensable en ese contexto histórico, que sin duda está llegando al punto del absurdo, tanto es así que hasta la mismísima Reina Carlota de Mecklemburgo-Strelitz es interpretada por una actriz afrodescendiente, Golda Rosheuvel -sin duda, excelente actriz, que todo hay que decirlo-. Otra serie que digna de mención es “Troy: Fall of a City”, en el que el rubio Aquiles fue representado también por otro actor afrodescendiente, rompiendo radicalmente con las raíces griegas del héroe homérico. Del mismo modo, en numerosas producciones de factura británica hemos visto a figuras históricas europeas, desde reinas medievales hasta nobles victorianos, encarnados por intérpretes asiáticos o afrodescendientes, sin que la narrativa ofrezca justificación alguna. Ejemplo de esto que digo es Ana Bolena, de su serie homónima. La sensación que dejan estos ejemplos es que la prioridad no es la narración de una historia fiel a su época, sino acomodar una agenda cultural en la que la importancia de lo “históricamente correcto” pasa a ser la “inclusión forzada”. Conviene aclarar que una crítica a estas prácticas no implica posicionarse en la defensa de un cine o televisión exclusivamente caucásico, todo lo contrario, porque no cabe duda de que resulta igualmente absurdo e irrespetuoso cuando ocurre a la inversa. ¿Cómo olvidar la caricaturesca interpretación de John Wayne como Gengis Khan en “El conquistador” (1956)? Aquel error de casting se percibe hoy como un ejemplo grotesco de la incapacidad de Hollywood para respetar otras culturas y etnias. En ese sentido, tanto la apropiación de personajes caucásicos por actores de etnias distintas, como la representación de figuras históricas asiáticas o africanas por intérpretes blancos, tienen en común una misma falta de respeto, borrar la especificidad cultural y étnica en nombre de intereses ajenos a la historia. El mundo está lleno de relatos fascinantes de todas las culturas y etnias. En lugar de forzar una representación anacrónica y poco creíble, las grandes plataformas audiovisuales deberían apostar por rescatar historias auténticas de Medio Oriente, África, Asia o América Latina, en donde hay miles de personajes históricos que bien merecen su serie. En mi humilde opinión, dar protagonismo a actores de diferentes orígenes debería pasar por la valorización de sus propias narrativas y no por la manipulación de la historia de otros pueblos. La ficción histórica, para conservar su valor cultural y pedagógico, debería aspirar a la coherencia y al respeto por la realidad de los personajes que retrata. De lo contrario, se corre el riesgo de convertir la diversidad en una caricatura y de trivializar la memoria histórica. Representar a Gustavo III de Suecia con Alexander Abdallah, un actor libanés, es tan artificioso como lo fue ver a John Wayne convertido en Gengis Khan. Y ambos ejemplos, en última instancia, faltan al respeto al espectador y a la propia historia. La inclusión forzada sacrifica la historia.