Feijóo en modo avión
En política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela. —Antonio Machado
La España nuestra, de hidalgos y pícaros, de sabios y necios, de epopeyas gloriosas y también de sainetes grotescos, esta España que hoy nos mira, diría que fatigada, se ve envuelta en una sucesión de episodios que podríamos calificar como convulsos o, en ocasiones, ridículos. Lo que está ocurriendo es una completa tragedia, una lluvia de ocurrencias de toda condición.
Hace algunas semanas, en la cumbre de la OTAN, el señor Sánchez, personaje de tragicomedia —pero sin ese encanto que ofrece el misterio— se presentó con ademán chulesco y desafiante proclamando que España no pagaría más del 2% en defensa ¡Sublime contradicción! Minutos antes había estampado su firma en un acuerdo que comprometía a España a todo lo contrario.
Sin duda, estas boberías de Pedro no han tardado en venirnos de vuelta. El Presidente Trump, con su habitual estilo directo, insinuó que quizá debería expulsarse a España de la OTAN. Ante esta alusión han salido los corifeos del socialismo a entonar sus defensas patrióticas. La señora Margarita Robles, ministro —y no me refiero a su talla— aseguró que España es un aliado serio, fiable, responsable, absolutamente comprometido en la Alianza Atlántica. Pero, en estos días ha querido llamar a la cordura y declaró que podrán subir de esa cifra, ¡y colorín colorado! Por otra parte el locuaz Bolaños, más dado al drama, añadió, hablando en nombre del Estado que somos socios leales y de pleno derecho. Y así va a seguir siendo, clamó, como si él solito pudiera remediar un desastre!
Pero nadie se engañe: España hoy es Pedro, y Pedro es España. Todo gira en torno a él. Pedro es como el sistema solar, en donde orbitan su señora, su hermano, su fiscal, su número dos, también el tres, sus asesores y hasta su cuñada, quien, según se cuenta hacía uso de un vehículo medicalizado de presidencia para atender asuntos ginecológicos. ¡Qué tiempos aquellos en que los vehículos oficiales servían únicamente para asuntos de Estado y no de útero!
Y sin embargo, en todo ese enredo hay quienes se empeñan en seguir creyendo a este personaje. Sánchez ha usado la (des-) memoria histórica, los sufrimientos ajenos, los abrazos con Bildu y los silencios ante la corrupción, la mentira con Israel y el engaño continuado de la inmigración, todo para construir un relato que no es más que un castillo de naipes sostenido por la propaganda y los medios de comunicación perfectamente pagados y corrompidos. Pedro Sánchez es, a todas luces, el más siniestro personaje novelero, mendaz y confuso desde tiempos de Judas Iscariote, de quien además sospecho que podría ser su ascendiente más directo.
Ahora bien, en medio de este mar de incertidumbres y desafíos uno espera un buen líder, alguien que aproveche este instante y que muestre serenidad, integridad y claridad de pensamiento. Así lo exige el momento. Lamentablemente contamos para esta expedición con el señor Feijóo, otrora presidente gallego, quien se nos presenta como un hombre sin timón, sin brújula y sin mapa. Su indecisión es tal que recuerda a James Buchanan, presidente estadounidense que en la hora más grave de su nación se dedicó a contemplar el mismísimo abismo sin pestañear. Nuestro Feijóo es igual, porque parece que navega en un barco que no se sabe si va o si viene, tanto que cuando se le pregunta si está seguro del rumbo responde como buen gallego: Bueno…, ni bien ni mal.
Y mientras tanto el pueblo aguarda, espera un gesto, una palabra o una acción. Pero el señor Feijóo que convoca manifestaciones con semanas de antelación, mendiga votos por los pasillos del Congreso y rechaza mociones de censura porque teme el ruido de la calle, ofrece una actitud propia de perdonavidas pero sin perdonar nada. Es un hombre que deja que los acontecimientos se sucedan sin oposición ni coraje. Evidentemente en política uno debe actuar con diplomacia; sin embargo, también es urgente ejercer una absoluta determinación, sin titubeos ni flaquezas, porque un líder que no sabe defender con convicción los valores más básicos y esenciales está condenado al fracaso. Feijóo bien parece un dirigente vacilante, débil e indeciso, lo cual no son cualidades, son por el contrario defectos que solamente pueden conducir al país a la ruina.
En todo este panorama tropezamos también con los desventurados comentarios de Feijóo, quien declaró a un medio, sin ambages, aquel: Tengo la esperanza de que el PSOE evitará que pactemos con Vox. ¿con quién? ¿con el PSOE de las chistorras, las lechugas, las saunas, las putas, Santos Cerdán, Ábalos, Koldo, Tito Berni, la mujer, el hermano, los pactos con los terroristas de Hamás y sus vinculaciones con el dictador Maduro? ¿con el mismo que gobierna con los herederos de ETA? Es evidente que este hombre todavía vive en la inopia o que aún se sueña navegando feliz en algún barquito por Galicia.
Es entonces, en ese instante, cuando el pueblo ha perdido totalmente la esperanza en Feijóo, emergiendo en su lugar Santiago Abascal. Nadie puede negar que hoy Vox se presenta como figura clara y sin rodeos. Abascal no es persona de medias tintas ni de discursos vacíos, deja ver sus propuestas con una claridad meridiana y su ideario, guste o no, está perfectamente definido y en las antípodas del simple asalto al poder o del ganar por ganar, a costa de cualquier cosa. No es alma cándida y nadie puede acusarle de pusilánime, y es por ese arrojo por lo que se le aclama constantemente en las calles. Feijóo, por el contrario, en su quietud ha dejado que Abascal se convierta en el adalid de la oposición porque para el pueblo trabajador y justo, él es quien verdaderamente muestra el pensamiento más claro y perspicuo, quien defiende al español, al trabajador, a las mujeres, niños y hombres, al cristiano, la cultura y a nuestra vieja España, a todos por igual. Él, Santiago Abascal, es quien permanece al pie del cañón, sin titubeos, ni miedos, ni complejos, porque responde a una España que necesita paladines y no burócratas de la indecisión.
Sin duda la situación en España es grave y el tiempo apremia. Por esto no podemos permitirnos un líder de la oposición que únicamente proyecta buenismo. La historia nos ha enseñado que los pueblos que no defienden sus valores con firmeza están condenados a la irrelevancia, y nuestra España es veterana en inestabilidades, por eso sabemos que no podemos resignarnos a ser la sombra de nadie.
Ha llegado la hora de que el señor Feijóo se aparte, ¡váyase señor Feijóo! Ha llegado la hora de que su partido busque entre sus filas a quien tenga temple de gobernante, ¡porque los hay y los tiene! Si no lo hace será recordado como aquel que, en la hora decisiva, respondió con un suspiro y una duda. Feijóo ha olvidado que España no es tierra de gemidos, es de gestas, y por eso merecemos alguien mucho mejor, aquel que sepa defender con firmeza y convicción los valores que nos hacen grandes.
La memoria nos ha enseñado que hay momentos en que el alma de una nación se juega en el gesto de un solo hombre y este, sin duda, es uno de esos momentos.