Fabricando el mundo

Adiós fábrica de chips, hola fabricación digital

España acaba de perder una oportunidad histórica: la multinacional Broadcom ha cancelado su proyecto de construir una fábrica de chips en nuestro país, dejando en el aire una inversión de más de 900 millones de euros y, con ella, parte de las esperanzas de convertirnos en un actor clave dentro de la soberanía tecnológica europea.

Los chips —esos diminutos cerebros de silicio— son hoy tan estratégicos como lo fue el petróleo en el siglo XX. Están en nuestros teléfonos, coches, ordenadores, electrodomésticos, tractores, juguetes. Y lo más importante: no los fabricamos aquí. Dependemos de fábricas en Asia, de decisiones tomadas a miles de kilómetros, de cadenas de suministro frágiles, de intereses ajenos. Lo hemos visto con la pandemia, con la guerra en Ucrania, con los bloqueos comerciales entre potencias. Y lo volvemos a ver ahora: la promesa de Broadcom se esfuma, y con ella, nuestra enésima dependencia confirmada.

Pero este artículo no va solo de lo que perdemos. Va de lo que aún podemos hacer.

Si no tenemos una gran fábrica de chips, podríamos tener miles de pequeñas fábricas de ideas. Si no controlamos los nodos de producción industrial más compleja, podemos fortalecer la red distribuida de fabricación local más potente de Europa. Tenemos Fab Labs. Tenemos makerspaces. Tenemos universidades, centros tecnológicos, colegios con impresoras 3D, carpinterías digitales, estudios de diseño, talleres de barrio con máquinas de última generación.

Lo que falta no son herramientas. Lo que falta es visión.

Una visión que entienda que la soberanía tecnológica no es solo tener fábricas grandes, sino también tener ciudadanía preparada para fabricar, diseñar y adaptar soluciones localmente. Que la resiliencia no se construye solo con inversiones millonarias, sino con comunidades formadas, conectadas, con acceso a herramientas de fabricación digital.

La fabricación distribuida —lo que sucede en Fab Labs y espacios similares— no compite con la gran industria. La complementa. Cuando un país no tiene fábricas de chips, lo mínimo que puede tener es fábricas de talento técnico. Y eso se logra invirtiendo en laboratorios ciudadanos, en espacios de aprendizaje, en cultura maker. En lugares donde los adolescentes puedan entender cómo se diseña una placa. Donde las empresas puedan prototipar sin importar desde China. Donde el conocimiento no se concentre, sino que se multiplique.

Si Broadcom se va, no podemos quedarnos esperando a la siguiente multinacional. Tenemos que fabricar desde abajo. Y para eso necesitamos una red fuerte de espacios que enseñen, conecten, inspiren y capaciten. Y políticas públicas que lo entiendan. Que dejen de ver estos lugares como hobbies tecnológicos y los entiendan como infraestructuras del futuro.

Porque quizá no podamos competir con Taiwán en producción de semiconductores. Pero sí podemos construir la mejor red de fabricación digital local de Europa. Podemos tener un país donde se diseñan, imprimen, ensamblan y reparan objetos útiles cada día. Donde se comparte el conocimiento. Donde no todo venga empaquetado desde fuera. Donde las ideas también se fabriquen.

No tuvimos la fábrica de chips.
Pero aún podemos tener una cultura de fabricación.

Y esa, si se cultiva bien, puede durar mucho más que cualquier inversión extranjera.