El eterno retorno
De las muchas enmiendas al marxismo, y con él al hegelianismo, es que la historia no ha terminado y con ello deba ya nacer, finiquitado el ciclo dialéctico, un engendro perfecto según sus postuladores. No ya porque no tenga sentido en origen (¿dónde empieza el proceso histórico de la dialéctica? ¿De la oposición de algo frente a la nada? Lo siento, pero si hay algo, ya no puede haber nada), sino porque ellos mismos se encargan de repetirse a sí mismos de manera constante. Nunca como farsa, como comedia. Siempre como tragedia.
Éste repetirse a sí mismos es especialmente elocuente cuando las cosas les empiezan a ir mal. O, lo que es lo mismo, cuando se atisba la posibilidad de perder el poder. Decía Marx en su Introducción a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, por supuesto sin terminar, que «… no se trata de si el adversario es noble, de si está a mi altura o es interesante. De lo que se trata es de darle.». Para seguir unas líneas a continuación con algo tan sugerente como «La opresión real hay que hacerla aún más pesada, añadiéndole la conciencia de esa opresión; […]. Hay que enseñarle al pueblo a espantarse de sí mismo, para que cobre coraje». Todo ello bajo una premisa. «La crítica que lucha contra el estado de cosas alemán, no es una pasión de la cabeza, sino la cabeza de la pasión.».
En los últimos meses hemos visto sesiones interminables de autoflagelación por Palestina en razón de un genocidio, que no es tal, que nos espanta a nosotros mismos. Resultan a ese pueblo completamente irrelevante los genocidios reales. Matanza de tutsis por hutus (entre 490.000 y 800.000 muertos), persecución de uigures en China (millones en “campos de reeducación” y otros tantos en campos santos), el genocidio en Tigray (entre 162.000 y 800.000 víctimas entre los años 2020 y 2022), Darfur desde 2003 hasta la actualidad con cerca de medio millón de muertos.
También hay un creciente malestar con la “vivienda digna”, cuando lo que hace verdaderamente imposible acceder a ella es el motivo por el que se celebra el día de la liberación fiscal a finales de agosto. 230 días al año trabajando para pagar impuestos. Teniendo en cuenta el mes de vacaciones, cerca de tres cuartas partes de la actividad productiva de un trabajador para sostener lo insostenible. Qué tiempos aquellos, bendita Edad Media, en la que el diezmo, la décima parte, era la “opresión” que había que soportar.
Los ejemplos son tan cuantiosos como deprimentes. Basten estos dos para ver el patrón que se esconde detrás de, por ejemplo, la proliferación de imbéciles encapuchados ejerciendo la violencia del cobarde. De la basura que sólo actúa en comandita que son. Son los primeros que atienden la llamada del coraje sobre una base alucinógena: sólo trabajan sobre la conciencia de la opresión. Ni siquiera saben identificar dónde está la opresión real. ¿Hay que trabajar más que un campesino medieval para el señor feudal? La culpa es del mercado. Regulado, precisamente, por nuestro señor feudal. Pero nada se dice sobre él ¿Nos preocupa el genocidio? Sólo el que no lo es, con el menor número de víctimas en términos comparativos y, posiblemente, porque a quien se acusa de perpetrarlo es quien se resiste a desaparecer como lo que la crítica marxista pretende destruir: el statu quo. Que no es más que decir, la propia Civilización Occidental.
Es un coraje de pega como respuesta a una opresión que no existe y que se desvía de la real. Marxismo en su versión constructivista (la del demencial mundo woke).
Sólo queda conocer una cuestión: ¿quién es la cabeza de la pasión? Es decir, ¿quién es el que nubla la pasión de las cabezas que no saben ver e instiga a estos pobres cabestros a que hay al enemigo hay que darle? La respuesta está siempre en los tiempos del poder. Que de eso y no de otra cosa se trata todo esto. Y es sintomático ver cómo estos episodios solo aparecen cuando alguien muy concreto está cerca de perder el poder o lo ha perdido.
Que se prepare quien corresponda. Lo va a necesitar.