Dies irae

Espejito, espejito

Que la fiscalidad de los fondos de pensiones era el timo de la estampita lo averiguaban los jubilados desde su primera declaración del IRPF. El timo, en realidad, empezaba antes, en el mismo momento de la desgravación de las aportaciones a esos planes. El truco fue ingenioso, digno de un Montoro o un Rato…pero no, fue obra de un socialista.

Carlos Solchaga, con su ley 8/1987 estableció los fondos privados de pensiones y la posibilidad de desgravar en el IRPF una parte o todas las aportaciones que el particular hiciese a su fondo. Aparentemente, la medida era estupenda. Se pagaba menos IRPF, se ahorraba para la jubilación y se complementaba la pensión pública.

Yo creo que todos los que pudimos ejercitamos ese derecho y creamos un fondillo para la jubilación. Lo que entonces ignorábamos era la fiscalidad que iba a darse a esas rentas tras la jubilación. “ Lo que no pagues de activo, lo pagarás con creces de jubilado” debió ser el pensamiento del fundador . Y así fue. Llegada la jubilación y cobrada la pensión del estado (que figura como renta del trabajo) se le añadía otra “renta del trabajo” que era la aportación del fondo.

Ya se sabe que fiscalmente es muy distinto cotizar por 5.000 y aparte por otros 5.000 que cotizar directamente por 10.000. Cuando el pensionista juntaba su pensión estatal y su fondo privado, se daba cuenta de que tributaba muchísimo más. Vamos, que lo que se ahorró de activo lo pagaba sobradamente de pasivo, cuando aparentemente debía estar más protegido.

La  ley de Solchaga resultó ser una “ley al revés”: protegía al activo, en sus mejores años, y lo escurría como a un cítrico desde su jubilación.

Siempre me llamó la atención que fuesen los jubilados vascos los que se movilizasen con más insistencia por la mejora de sus pensiones. Bilbao, siempre Bilbao, a la cabeza de las manifestaciones. La razón, para mi, era clara. En el País Vasco, merced al concierto económico, se vive mucho mejor y hay mucha mayor renta que en el resto de España. Pero sucede que las pensiones dependen de la Seguridad Social, estatal, y no del Gobierno ni de la economía vascos. Existe un desfase entre la riqueza general y el poder adquisitivo de las pensiones. En Cuenca un vino te cuesta un euro y en San Sebastián, cuatro; a ver qué jubilado del régimen general se va de chiquitos.

Como donde duele el zapato es donde se pone el parche, ha sido el Gobierno Vasco del PNV el que ha tomado la antorcha de la libertad autonómica fiscal para embridar el tema de las pensiones privadas. Algo que ni Ayuso en Madrid ha pensado hacer. ¿Y qué es ello? Pues romper el nexo vicioso que unía a todo tipo de pensión bajo el epígrafe de “rentas del trabajo”. Las haciendas forales vascas van a considerar los rendimientos de los fondos de pensiones como “rentas del capital” y no como “rentas del trabajo”, lo cual, incluso técnicamente, es mucho más correcto. Ello va a suponer un importante ahorro fiscal para todos los jubilados con esos fondos en Euskadi y, si la renta es en forma vitalicia, hasta la exención total.

Los expertos calculan que entre un 25% y un 35% de esas rentas permanecerán en los bolsillos de sus perceptores en vez de engrosar el IRPF. Una medida audaz, imaginativa (en el sentido de que no se había ocurrido a nadie, no de que en sí pueda llamársela de tal modo) que busca, y consigue, el alivio de los pensionistas. Menos verborrea y más hechos.

Cuando, a partir de ahora,  Ayuso se mire al espejo y le pregunte: “Espejito, espejito ¿quién es la más guapa bajando impuestos y favoreciendo a los pensionistas?” recibirá una respuesta desconcertante: “Imanol Pradales Gil”…”¡Tócate el níspero, un tío feo y desconocido, que me gana por la mano!” 

Y es que así es la vida. Desde que los vascos han reconvertido antiguos monasterios en apartamentos económicos para alquilar a jóvenes (el de Azpeitia) o han modificado la tributación de los fondos de pensiones…pues sí, están demostrando que una cosa llamada “imaginación” es necesaria, también para hacer política.