Reflexionando en la rebotica

Lo esencial es invisible a los ojos: el Principito en clave científica

En la rebotica es frecuente sentir nostalgia de lecturas del pasado. Releyendo El Principito me percato de que lo esencial es invisible a los ojos. Entonces, no puedo evitar pensar en el universo, en lo más grande y lo más diminuto. 

Con su mirada ingenua y su asteroide B-612, encarna la física clásica, la certeza de lo visible, lo medible, lo que se toca. Sin embargo, el zorro y la rosa representan la física cuántica, lo que no alcanzamos con nuestros sentidos, lo esencial, lo que existe en superposición y se revela solo cuando se observa. 

La física clásica, la de Newton, es la física del Principito. Es la física que describe cómo cae una manzana, cómo gira un planeta, cómo se mueve un péndulo. Es la física determinista. El Principito, con su asteroide pequeño y sus preguntas sencillas, se mueve en ese universo tangible, todo tiene una medida, todo tiene una explicación, todo se puede observar. 

Su ingenuidad es también su fuerza, cree que las estrellas están ahí para ser contadas, que los baobabs se arrancan para que no destruyan el planeta y que la rosa necesita agua y protección. 

Pero Saint-Exupéry introduce personajes que van más allá. El zorro, con su insistencia en ser domesticado, nos habla del vínculo invisible que sostiene la amistad. La rosa, con su fragilidad y su orgullo, nos recuerda que lo esencial no está en la apariencia, sino en lo invisible. Aquí entra la física cuántica, la física de lo improbable, de lo que no se puede medir sin alterar, de lo que existe en múltiples estados hasta que alguien lo observa. El zorro y la rosa son como partículas elementales, no se entienden sin la relación, sin el acto de mirar, sin la interacción que las define. 

El Principito clásico y el zorro cuántico es como la lucha que vive la física contemporánea. Por un lado, necesitamos certezas, leyes que expliquen cómo funciona el mundo, ecuaciones que anticipen el movimiento de los cuerpos, teorías que permitan construir puentes y aviones. Por otro lado, sabemos que esto es insuficiente, que en el fondo de la materia hay incertidumbre, que las partículas se comportan como ondas y que el universo es incluso más extraño de lo que podemos imaginar. La física cuántica nos obliga a convivir con la paradoja, con la superposición, con la probabilidad, con el entrelazamiento... Nos obliga a aceptar que lo esencial es invisible a los ojos.

En la rebotica, este paralelismo tiene un sabor especial, porque es el lugar de lo tangible: frascos, fórmulas, recetas, dosis. Es el espacio clásico, donde todo se ordena y se mide. Pero también es el lugar de lo invisible, la confianza del paciente, la relación con la comunidad, el vínculo que no se mide en gramos ni en mililitros. El farmacéutico vive entre el Principito y el zorro, entre la certeza de la dosis y la incertidumbre de la relación humana. Y ahí se practica la ciencia de verdad, en la capacidad de unir lo clásico y lo cuántico, lo tangible y lo invisible.

Este libro nos enseña que la ciencia no es solo técnica, sino también perspectiva. Que contar estrellas no basta si no entendemos por qué brillan. Que arrancar baobabs no basta si no sabemos cómo funciona nuestro mundo. Que cuidar una rosa exige más que agua, exige vínculo, exige tiempo, exige presencia. La física cuántica nos dice lo mismo, que observar una partícula no es un acto neutro, que medir altera lo medido, que la relación define la realidad. En ambos casos, lo esencial es invisible a los ojos, pero no por ello menos real.

En tiempos de incertidumbre, este paralelismo cobra fuerza. La sociedad busca certezas: vacunas que funcionen, tecnologías que nos protejan, leyes que nos ordenen. Pero también necesita aceptar la incertidumbre, que no todo se pueda prever, que la ciencia avance entre dudas, que el futuro sea siempre una superposición de probabilidades. 

En la rebotica, la física clásica se convierte en dosis y la física cuántica en confianza. Donde el farmacéutico mide y calcula, pero también escucha y acompaña. Donde la certeza y la incertidumbre se encuentran en cada receta, en cada conversación, en cada gesto. 

Al final, el Principito nos recuerda que lo esencial es invisible a los ojos. La física cuántica nos dice lo mismo. Y la rebotica, pienso con humildad que la ciencia no es solo lo que se mide, sino también lo que se vive. Que el universo no es solo asteroides y partículas, sino también vínculos y cuidados. Que entre la razón clásica y la cuántica hay un espacio humano. 

Quizá por eso Einstein intuía que el amor es la fuerza más poderosa del universo, y quizá por eso en Interstellar se nos recuerda que el amor trasciende el tiempo y el espacio. Porque lo invisible no es vacío, es lo que nos une en un entrelazamiento eterno.