El escultor Francisco Asorey. Una recuperación necesaria
Era imprescindible recuperar la obra Francisco Asorey, (Cambados, Pontevedra,1889- Santiago de Compostela, 1961), rescatarla del olvido y devolverle el lugar que le corresponde en la historia. Esa oportunidad se hace realidad ahora con la celebración de una exposición que pone en valor a una de las figuras más destacadas de la escultura española del siglo XX. Hasta el próximo mes de abril, el Museo Centro Gaiás acoge medio centenar de esculturas, dibujos, escayolas y cerámicas, documentos de la época y herramientas de trabajo; todo dispuesto en un espacio poderosamente visual y cuidadosamente diseñado donde cada pieza escultórica se manifiesta en su máxima expresión, revelando la esencia que la define y generando un diálogo armónico con las demás obras. Por medio de secciones, se van desgranando las principales preocupaciones estéticas del autor volcadas en las obras de taller, piezas más abordables, en cuanto a dimensiones aunque algunas de ellas mantienen en esencia un innegable carácter monumental. Las menciones al taller del artista y sus comienzos, la escultura religiosa, el tratamiento de la piedra y la madera, el predominio de la mujer como tema, y la relación con el mundo cultural, político y literario de su tiempo, representado en las figuras de Castelao, Valle Inclán y Ramón Cabanillas y del grupo Nos, conforman el discurso ideado por el comisario Miguel Fernández Cid, apoyado por las certezas y los testimonios de su nieta Carmen Asorey, coordinadora de la exposición.
Santiago de Compostela fue el núcleo central de su actividad. Si bien es cierto que en sus primeros años tuvo la oportunidad de viajar por España, a partir de 1918 decidió establecerse definitivamente en la ciudad. Durante más de cuatro décadas este privilegiado entorno se convirtió en una fuente inagotable de inspiración y en una suerte de inmenso taller donde posar la mirada y realizar la mayor parte de sus obras de madurez. Los motivos de esa adopción se fundamentan en una serie de circunstancias como serían la obtención de la plaza de escultor anatómico de la Facultad de Medicina y su matrimonio en 1919 con la santiaguesa Jesusa Ferreiro. Constituye una etapa crucial después de haberse informado adecuadamente sobre la escultura de vanguardia que se estaba produciendo en Europa y el medio ideal para desarrollar su obra alentada en todo momento por la presencia del granito.
Una de las obras de mayor visibilidad en la ciudad es el Monumento a San Francisco, una grandiosa construcción en piedra, de catorce metros de alto y cuatro de ancho, situada frente al Monasterio de San Francisco. Esta obra en su momento innovadora y a la vez respetuosa con la grandeza histórica del entorno, anticipa, desde su inauguración en 1930, la proximidad de la Plaza del Obradoiro y el Pórtico de la Gloria. Asimismo otras creaciones del autor se integraron en diferentes edificios de la urbe—como los conventos da Ensinanza e das Orfas y Hotel Compostela—, y junto a los lugares de trabajo, vida familiar y social conforman un itinerario completo que refleja la equilibrada unión entre el artista y la ciudad.
Anteriormente, en Madrid, Asorey había recibido importantes encargos, entre ellos el busto de Antonio Maura. Y desde Compostela continuó gestionando su carrera sin mayores inconvenientes lo que le permitió realizar obras de gran envergadura destinadas a instituciones de Buenos Aires, Montevideo y otras ciudades de la península. En los años siguientes participó en diversos certámenes y convocatorias manteniendo en alto su prestigio y en su taller dio forma a algunas de sus más destacadas creaciones de carácter público. Entre ellas el Monumento a Curros Enriquez (1934), que se erige con solemnidad en los Jardines de Méndez Núñez de A Coruña. Otra obra memorable es la Estatua de Colón del Monumento a Cuba (1930), obra realizada junto con Mariano Benlliure, Juan Cristóbal y Miguel Blay, ubicada en el Parque del Retiro de Madrid, testimonio perdurable de la colaboración artística de la época.
Asorey aplica policromía a sus esculturas en piedra, mientras que en las obras de madera el color adquiere relieve y carácter por sí mismo. Esta riqueza tonal es rasgo distintivo que se manifiesta ampliamente en obras en como Picariña (1920), Ofrenda a San Ramón (1923) y Santa (1926). Y alcanza un sobresaliente nivel en “O tesouro” (1924), una de las obras señeras de la escultura contemporánea gallega, presentada en la Exposición Nacional de Bellas Artes (1924) donde obtuvo una segunda medalla.
El público y la crítica consideraron insuficiente el galardón y el descontento dio paso a una abierta polémica: como desagravio se le rindieron sendos homenajes en Madrid y Galicia. La obra fue adquirida por la familia Luca de Tena doblando su valor, y permaneció en los fondos de las colecciones del diario ABC hasta hace escasos años, cuando, por medio de las gestiones de la galería compostelana José Lorenzo pasó a engrosar los fondos de una gran colección particular de Galicia regresando la escultura, después de tanto tiempo, a la tierra que la inspiró. Se trata de una de las piezas capitales de la exposición, donde confluyen algunas de las constantes esenciales del universo creativo de Asorey: el profundo sentimiento humano que impregna sus obras, el diálogo entre la tradición académica y una sensibilidad europea contemporánea, así como la estrecha conexión con el contexto cultural gallego.