Entre monos anda el juego
Ante el reciente fallecimiento, el pasado uno de octubre, de la reconocida primatóloga y conservacionista británica Jane Goodall, me complace dirigir hoy la mirada al santuario Toshogu, en Nikko, el pueblo de montaña al norte de Tokio que alberga la escultura de madera del siglo XVII con los famosos tres monos llamados Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, que en japonés significan “no veas lo malvado”, “no escuches lo malvado” y “no hables con maldad”. Este sería el origen de sus nombres según las actitudes gestuales que adoptan tales simios, pues el primero se tapa los ojos, el segundo las oídos y el tercero la boca. “No ver, no oír, no hablar”, en resumen. Se cree que el origen de estas supuestas virtudes estaría en un proverbio procedente de las escrituras de Confucio, que proscribiría lo malvado en el sentido de no verlo, no escucharlo y no decirlo. Y con esta explicación se nos ha predispuesto desde el principio de los tiempos de estos monos a su favor, de manera que sigue siendo excelente que se sigan tapando los ojos, las orejas y la boca, adquiriendo tal fama de sabios que ni por no querer ver las maldades para no poder denunciarlas; ni por taparse los oídos para evitar poner en conocimiento de las autoridades competentes cualquier iniquidad que llegara a ellos; ni por taparse la boca para no revelar nunca pecados ni pecadores, aun conociéndolos, perderían su reputación. Como dice el refrán, “cría fama y échate a dormir”. Y estos monos duermen ya tanto que no hay quien los despierte.
Debe entenderse que, aun siendo buena la intención de la enseñanza de Confucio, no parece que nos haya llegado sino solo una parte de cómo ha de comportarse el mono que llevamos dentro acerca de la maldad. De lo contrario, a nada que se reflexione sobre estos “no ver, no oír, no hablar” tomados con la simplificación que nos ofrece la leyenda, deberíamos, si somos honrados con nosotros mismos y con el maestro del que proceden, concluir que en vez de sabios son monos cobardes que se alían con el mal si es que, conociendo la injusticia, se la callan en el afán de procurar su comodidad personal.
Pero la sabiduría popular, por encima de estos pretendidos monos sabios, poco a poco va aclarando este peliagudo asunto. Así, al papagayo que pronuncia de carrerilla el mantra “no ver, no oír, no hablar", sólo atento a no equivocarse en el orden de las tres acciones que enumera, sin profundizar en su interpretación, le ha salido un grano en Chile porque ahí el discurso cambia a “ojos para ver, orejas para oír y boca para callar”. De modo que ya no estaríamos ante monos sabios, sino como mucho prudentes, por no decir cómplices.
Actualmente el tema se embrolla aún más, al haber surgido de la nada un cuarto mono de lo más feroz que sólo mira su teléfono móvil y borra los mensajes.