Cuando fuimos peces

Entre gris y azul marino

Hoy me siento entre gris y azul marino. Es un estado intermedio, una mezcla de nostalgia y buen recuerdo. He llevado una vida plena, vivida como una aventura apasionada. He amado y he sido amado. También he tenido grandes amores no correspondidos, que en mi juventud laceraron el alma como un nazareno en Semana Santa.

Paradojas de la vida: ese mismo amor, soñado tantas noches, lo tuve en mi lecho ya en una época tardía. Pero no lo consumé. Sentí que su tiempo había pasado, como si el reloj del deseo ya no marcara nuestras horas. Y sin embargo, ahí estaba, como una flor que brota fuera de estación.

Estoy profundamente agradecido a la vida, que me ha dado tanto. Pero el resquemor empieza a ganarme terreno. A veces la vida parece una fémina despechada, que me va quitando lo que cree que me dio en exceso. Me quita salud, fortuna y seres queridos. A cambio, me deja buenos recuerdos, rescoldos de pasión que apenas se mantienen encendidos en la memoria. Y la amistad de pocos, pero buenos amigos.

Nunca me he aburrido, pero vivir con intensidad es una actitud agotadora. Ahora, en este tiempo de descuento, solo aspiro a recuperar algo perdido. Lo más valioso que me dio la vida y me quitó sin miramientos. En otro tiempo, con plenitud de fuerzas, habría hecho lo que fuera necesario —aunque fuera a costa de mi dignidad o mi vida. Hoy, solo puedo esperar que esta mala pécora me dé una oportunidad. Pero siento que eso ya no está en mi mano.

Mientras tanto, me mantengo a flote como puedo. A veces con tonos más rosados y amarillentos, como un atardecer amable. Pero indefectiblemente tiendo al gris con tintes azul oscuro. Ese color que no es tristeza, pero tampoco alegría. Un azul que recuerda, que pesa, que acompaña.

Y aun así, sigo aquí. Con la esperanza quieta, con la memoria encendida. Como escribió Verlaine: “Llora mi alma en lenta caída.”

Y mientras tanto, desgrano algún que otro haiku:

Sigo a la deriva,
el azul me acompaña
como un viejo mar.