En la basura
La basura es uno de los grandes problemas que afectan a la Humanidad. En las casas de pisos, en las urbanizaciones modernas, la basura es un tema que preocupa. Cuando los servicios de recogida de basuras se declaran en huelga, generalmente por una pobre compensación económica de sus trabajadores, se considera una situación de emergencia. Los huelguistas se niegan a recoger los contenedores de basura, que se van colocando en las aceras mientras los afectados protestan con alarma, porque se considera un atentado para la convivencia ciudadana.
Es un problema que crece cuanto más crece la sociedad. Vivimos en una época en la que predomina el principio, año tras año, de que todo acaba siendo inservible. En mi infancia y mi juventud pasaba todo lo contrario. Lo poco que se tenía se luchaba por conservar lo más posible de nuestras pobres pertenencias. Los alimentos eran escasos, y en las bolsas de basura los restos de comida eran mínimos. Se comía menos (a la fuerza), y la vida de los productos de vestir se alargaba hasta límites increíbles. La vida de trajes, camisas, calcetines, abrigos se prologaba durante años, y las mujeres, desde la infancia aprendían a zurcir, a coser, a preservar las prendas de vestir, se daba vueltas a trajes y abrigos, a los zapatos se les mantenía reponiendo las medias suelas y los tacones, y el betún era algo necesario y conveniente en las familias, mientras los traperos, con sus carros tripulados por borriquillos, voceaban por las calles: “¡Trapero, hay lana ropa vieja que vender¡”.
Todo esto ha cambiado. Como mucho, las señoras conservan los vestidos que se guardan en lo que se conoce como “fondo de armario”, y que dado el estrechamiento de las vivienda, y la menor profundidad de los armarios, cada vez es menos profundo. Pero lo más importante, en lo que vengo insistiendo, es que la mentira se ha hecho carne, y habita entre nosotros. Cada vez se miente más impunemente, y con menos reproche social.
Se da el hecho curioso de que este Gobierno llegó al poder tras ganar una moción de censura por las corrupciones de un Gobierno anterior. Si aplicara lo que pedía entonces, la dimisión de los anteriores, a estas horas tendría que estar dimitiendo, pero ahora su postura es la de “Antes la muerte, Jesusito que ofenderte”. Otra reflexión. La preparación de nuestros políticos, no en todos, pero sí en una buena parte, deja mucho que desear. El número dos del Partido en el Gobierno, tenía un currículum de experto electricista, muy interesante para los arreglos domésticos, pero quizá no tanto para estar en la cúpula de un partido político. La llegada a la política debe hacerse con espíritu de servicio, pero no como una actividad que va ejerciendo cargos, hasta más allá de la jubilación.
La fidelidad inquebrantable ante un partido hace que, rechazando la funesta manía de pensar, todo lo bueno está en su partido y lo malo en los demás, que el jefe no se equivoca nunca, y que la crítica, aunque razonada, debe considerarse como una traición. Así nos va. Y cuando se demuestra la corrupción en su partido, tras negarla sistemáticamente, se pone de relieve que, ante hechos probados, se actúa con celeridad y contundencia, no como los demás que tratan de tapar sus errores.
Se habla de la necesaria regeneración democrática. Pero se hace muy poco para conseguirla. Y el pueblo se acaba resignado de que la democracia pase por una enfermedad que se antoja incurable. A este paso, vamos a acabar todos sumergidos en la basura.