El viento que pasa
Los vientos alisios son los suaves inmigrantes que lavan las nubes del mar y del desierto. Estas corrientes de aire soplan no en forma perpendicular sino oblicua, y traen humedad en el verano y un soplo de frescura en diciembre hasta marzo. Los alisios surcan millones de millas entre el desierto, el mar, la cordillera, de norte a sur, de este a oeste, con una velocidad de más de 20 kilómetros por hora.
Por las noches presentimos la sutil e invisible errancia de los vientos como emisarios de murmullos, augurios, sombras, memorias de hojas y pájaros. El halo de la luz de los vientos acaricia bisagras de puertas cerradas en el tiempo y deja besos de rocío en candados oxidados. Los alisios entran a casa con un estropicio de arenas y hojas mancilladas por la luz del verano. Cuando están a más de seis mil metros de altura, invierten el rumbo erizado de los vientos y el aire tiembla con un raro ulular de cristales rotos, y elevan sin cesar las crestas de las olas hasta contrariar el horizonte de los pájaros. En el hemisferio norte los vientos viajan de noroeste a suroeste y en el hemisferio sur de sureste a noroeste. Alisios es palabra de raíz latina, y entre los franceses se nombra desde el siglo XIII para referirse al delicado temblor de los vientos tropicales, cuyo vaivén está regido por el ímpetu cambiante de las estaciones.
Fue el físico y meteorólogo inglés George Hadley (1685-1768), quien estudió las bajas presiones y los grandes flujos de aire ascendente entre los polos y el ecuador. Luego, el ingeniero y matemático francés Gaspard-Gustave de Coriolis (1792-1843), descifró los vientos desviados por la rotación de la Tierra. Los vientos alisios han sido faro para los navegantes en sus rutas comerciales, e intuir en qué momentos pueden zarpar y cruzar el Atlántico. Investigadores británicos descubrieron en 1999 que la migración de la langosta africana hacia el Caribe y América del Sur coincidía con los vientos alisios en el Atlántico.
A veces al asomarnos a la ventana descubrimos el esqueleto de una cometa desamparada en los cables de la luz que ha sido salvada por los vientos, desprendiéndola de su condena, y elevándola con sus varitas y su cola por los aires. Los más pequeños le preguntan al abuelo en su taburete qué está pasando y solo basta que se acaricie la barba nevada, se toque su pecho salpicado de pelos hirsutos y diga impasible: Son los vientos alisios. El gato huele el viento que pasa con una estela de arena del desierto, sacude su cola, e intenta atraparlo para que se detenga en la punta de sus orejas. El perro cree que es alguien que huye por los aires y ladra a los vientos. A veces ladra más de la cuenta y es que ha percibido otra vez la bata transparente y flotante del fantasma raquítico y espelucado que ha quedado en el limbo.