Desde el otro lado

El palpati

En momentos de elección de un nuevo papa, uno de los requisitos para asumir el solio pontificio, fue por varios siglos la comprobación de la virilidad de los papas electos, palpándole los testículos.

El “palpati” era un alto cargo vaticano encargado de la revisión manual  de los genitales, mediante una silla con un agujero en el centro denominada “Sedia Stercoraria”. Su única función era palpar los testículos del papa para así asegurarse de que fuese un hombre.

El procedimiento era que el nuevo papa se sentara en la silla y el cardenal “palpati” introdujera su mano por debajo de la entrepierna y comprobar si tenía testículos.  Una vez palpados procedía a pronunciar en latín: “Duos habet et bene pendentes” (tiene dos y cuelgan bien). Comprobado el material colgante, los cardenales testigos presentes en la ceremonia responderían “Deo Gratias” (Gracias a Dios).

Inocencio X prueba

Esta práctica se empezó a utilizar a mediados del siglo IX, cuando surgió la leyenda de que en un momento dado una mujer que se había hecho pasar por hombre fue escogida como papa: la papisa Juana.  De acuerdo a la historia, esta papisa para unos utilizó el nombre de Benedicto III (855-857) y para otros Juan VIII (872-882).

El mito de la papisa Juana cuenta que se descubrió que era una mujer cuando rompió fuentes (ruptura del saco amniótico que rodea al bebé en el útero, signo de que un parto está a punto de comenzar), durante una procesión del Corpus Christi cuyo recorrido iba desde la Plaza de San Pedro del Vaticano hasta San Juan de Letrán, donde se aloja la actual Catedral de Roma. En el transcurso del trayecto se llevó las manos a la barriga y se retorció de dolor, dando a luz a un hijo en el lugar de los hechos y a la vista de todos. Cuentan que una turba se lanzó encolerizada sobre Juana. 

A pesar de que la historia es considerada una fábula, ya en 1362 el escritor italiano Giovanni Boccaccio, célebre por su libro “Decameron”, escribió sobre la papisa Juana en su obra de biografías femeninas “De Mulieribus Claris”.

Aunque por su parte, el novelista francés Alain Boureau  en su libro “La papisa Juana: la mujer que fue papa” (Edaf, 1989) expresa que: “a fines del siglo XIV el mito aparece como una venganza de los humanistas, de algunos intelectuales frustrados por la hostilidad mostrada por Pablo II contra ellos, por lo que mientras se difundían por Roma los versos irreverentes, se tomaban a broma la institución papal. Si se busca en los tiempos anteriores al nacimiento del mito, en los siglos XII y XIII, en la época de la reforma gregoriana y del nacimiento de un derecho canónico que excluía con fuerza a la mujer de la Iglesia, se evidencia un cierto miedo a la invasión femenina en la Iglesia”.

Diversas fuentes históricas coinciden que el papa Adriano VI (1522-1523) fue el que  suprimió el uso de la “Sedia Stercoraria”, después de su uso por más de siete siglos y ser revisados unos 114 papas. En el Museo del Vaticano se encuentra en exhibición una de estas sillas.

Sin embargo, a pesar de establecer la suspensión de esa práctica, también en el mismo Museo del Vaticano se tiene como aparecida  más de un siglo después,  en 1644, las ilustraciones del pintor  Lawrence Banka que avala la existencia de esta ceremonia, cuando retrató con su pincel "el momento en que verificaban la masculinidad del papa Inocencio X”.

Hasta que no hubiese esa comprobación no había fumata blanca. Ni el cardenal decano podía proceder a realizar la protocolaria pregunta “Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?” (¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?). 

Esta curiosa práctica ha quedado en la historia del Vaticano como un eslabón superado. Aunque en la actualidad con los avances de las ciencias médicas y las operaciones de cambio de sexo se pondría en puntos suspensivos la posibilidad de encontrar en un futuro otra posible Juana. ¡Válgame Dios!.