Candela

¡Él está bien!

Confieso que no es fácil apartarse, si acaso emocionalmente, de los acontecimientos que han asolado y desbordado, literalmente, localidades de la Comunidad Valenciana.

El drama de lo ocurrido y, como vasos comunicantes, la gestión de los políticos, tan poliédrica y con infinidad de aristas, ha absorbido cualquier otra noticia y de manera contumaz se ha hablado y escrito ahítamente sobre ello.

Y en un país como este nuestro ha habido realidades que, de no ser por la trágica desmesura y el mucho sufrimiento habido, algunos sucesos acontecidos serían para reírse a mandíbula batiente y no parar en una semana.

Es en el capítulo de lo estrambótico, exagerado, mendaz y peliculero donde de nuevo aparece —¡cómo no!— Pedro Sánchez, el titán de Paiporta, como principal actor del drama, pero ahora, apuntando tintes de comedia berlanguiana.

Más que rabia e indignación, produce hilaridad, desprecio y carcajada observar cómo, para tapar sus vergüenzas, el gabinete de opinión que desde la Moncloa inventa guiones y reparte manuales y recitados varios —que con tanto encomio aprenden y repiten sus ministros sin temblarles la voz ni la vergüenza—, ingenió la presencia de temibles colectivos de ultraderecha a los que, ya de puestos, hasta les dieron nombres grupales, antecedentes y fechorías del pasado. 

Y en una especie de arrebato final obligó a Marlasca, en un ejercicio de temeridad  suprema, a poner al frente de la investigación de lo que no fue otra cosa que un simple altercado a la élite antiterrorista llegada ex profeso desde Madrid, la Unidad Central Especial 3 —UCE-3— de la Guardia Civil, especializada en  sectas y movimientos racistas y xenófobos, con competencias en investigaciones de la defensa nacional, contrainteligencia, seguridad del cuerpo y ciberterrorismo. Y todo este despliegue para detener, finalmente, a tres jóvenes del pueblo que se extralimitaron en su rabia y que ya han sido puestos en libertad por el juez que conoció del asunto. 

Y en esa carrera irrefrenable de mentiras e invectivas no dudaron en  sacarse de la chistera  —una falsedad más poco importa— impactantes agresiones a «su faro iluminador y líder», que justificaran la presencia de este en cadena televisiva —una nueva versión de aquellos emperadores romanos aclamados por el pueblo tras la campaña militar y de regreso al imperio—. Pero no como acto de vanidad, ¡no!, solo para tranquilizar y dar sosiego al sufrido y acongojado pueblo, por cuál hubiera podido ser la suerte de su conductor y alma, al más puro estilo del coreano Kim Jong-un. 

De esta suerte, esos queridos súbditos, con el corazón en un puño, el estómago encogido y un desasosiego difícil de superar, fueron testigos emocionados de cómo su caudillo y guía, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, sobrevivió al feroz ataque de «grupos ultras y marginales perfectamente organizados» que atentaron salvajemente contra él —los Reyes y el presidente Mazón eran solo comparsas y secundarios—. 

Y llegó el momento cumbre de la comparecencia televisiva, cuando, con voz engolada, maquillaje en abundancia para disimular las reconocibles marcas del rostro y coloretes contra la palidez extrema de momentos previos, pero rotundo, soberbio y clarificador, sentenció la gran frase que ponía fin al sufrimiento de toda una nación: «¡Yo estoy bien!».

El héroe de la escoba, el valiente que huyó dejando allí y a su suerte al resto de la comitiva, el nuevo Espartaco de Paiporta…

Amigos, más allá del irónico enojo por lo acontecido, hay un dramático trasfondo. Y no es otro que, con la que allí está cayendo, con los muertos y aún desaparecidos entre el fango —el de verdad—, con las familias arruinadas, con los negocios arrumbados, con el dolor inconmensurable de tantos y tantos valencianos y españoles, el hombre que dirige los destinos del país y presidente del gobierno, tras unos sucesos que no fueron otra cosa que excesos indebidos e inoportunos, fruto de la lógica tensión vecinal pero sin ninguna relevante consecuencia, tiene el cuajo de comparecer ante la nación y afirmar, en primer lugar, «¡Yo estoy bien!».

Porque esa es su filosofía del problema, de los sucesos, del amor a su pueblo y de la empatía social hacia los que tanto están sufriendo: «¡Yo estoy bien!».

Pues nosotros, presidente Sánchez, no.