Cuaderno de bitácora

El Ejido

Uno de los grandes problemas de los españoles es su falta de memoria, pero también su mala costumbre de no mirar más allá de la nariz, particularmente cuando se trata de observar más allá de los Pirineos.

Retrotrayéndonos en el tiempo, no está de más  recordar la trifulca que siguió a las protestas de los días 5 al 7 de febrero del año 2000 en El Ejido. La espoleta fue el asesinato de tres españoles a manos de inmigrantes marroquíes que trabajaban en los invernaderos conocidos como el mar de plástico de Andalucía. La prensa nacional e internacional transitó del interés acerca de las víctimas para terminar haciéndose eco de acusaciones de racismo y xenofobia de los naturales frente a las indignas condiciones de vida de los inmigrantes, que en aquel entonces constituían un tercio de la población total del municipio.

Ante la revuelta, el Ministerio del interior envió a 500 agentes de la Policía Nacional a reforzar a los 150 guardias civiles que ya estaban ahí, en un choque entre autoridades, inmigrantes y residentes que se enzarzaron en una guerra campal en la que bates, palos, cadenas, piedras y material antidisturbios se repartió a partes iguales entre los  insurrectos, vecinos y las fuerzas del orden. El conflicto se saldó después de tres días de enfrentamientos y con las respectivas condenas a 11 y 35 años de los responsables de los asesinatos, pero todo siguió igual en El Ejido, por un lado quedaron los habitantes de siempre y por el otro los inmigrantes.

¿A quién le suena todo esto? Ah, pero resulta que no era El Ejido sino Torre Pacheco, en Murcia, quizá por esa burla de la historia que tiende a repetirse siempre, y que volverá a ocurrir, no por el aforismo de que no hay dos sin tres, sino porque 25 años después no ha cambiado nada.

Fue el Profesor de la Universidad de Jaén quien, dos años después, analizando los sucesos de El Ejido, concluyó que el origen del conflicto fueron las «fracturas o grietas» que se habían producido en el «modelo de segregación étnica» de la población extranjera que existía en la localidad, algo que, a poco que se analice, se reproduce en Torre Pacheco.

La pregunta del millón es, ¿por qué tras 50 años de inmigración,  estos conflictos se desatan con magrebíes pero no con asiáticos, sin que chinos o coreanos hayan supuesto jamás ni el menor altercado? La respuesta va implícita en la pregunta: porque los asiáticos no se concentran en un barrio sino que se asientan dispersándose por las ciudades. Esto supone una adaptación más intensiva y, aunque de puertas adentro conserven sus tradiciones, los asiáticos acostumbran a integrarse en el país de destino, cumpliendo con las normas legales y sociales para facilitar su aceptación.

Ese es exactamente el quid de la cuestión, que a los magrebíes, en lugar de repartirlos por las poblaciones, los apiñan en guetos, lo que refuerza su identidad cultural hastga el extremo de que muchos ni siquiera saben hablar español. Por donde se mueven no lo necesitan.

Pero ahora vienen dos cuestiones esenciales, no para encontrar culpables, para lo que los políticos ya se han apurado en buscar rendimiento, sino en buscar soluciones, y para eso hay que aceptar el origen del problema.

La idea necia y populista de Abascal y Feijóo de deportar a quienes delincan es una prueba palmaria de su ignorancia del problema. ¿Es que no han visto en las televisiones la edad de los soliviantados contra la policía? No, no eran ancianos sino gente joven. No son magrebíes sino sus descendientes, y además españoles de primera y de segunda generación. España no puede expulsar a los españoles.  El problema radica en la necesidad de la mano de obra de la huerta de Murcia y en los resorts en los que trabajaban y que se arruinaron dejándolos en la calle. Ese es el problema: españoles en aljamas, sin acceso al mercado laboral. En cuanto a no ser cortoplacista, o parendemos de una vez o basta observar lo que está sucediendo en los suburbios de París para hacerse una idea de lo que se nos viene encima, porque el futuro de un pueblo depende de su capacidad para aprender de los errores del pasado y construir un presente mejor.