El duelo entre algoritmos y sentimientos. La IA en acción
Hace un par de semanas, en el incomparable marco del Monasterio de Silos, participé como ponente en una interesante mesa redonda sobre poesía e inteligencia artificial. Defendía yo que la IA es una evidente ayuda aunque no como sustitución del poeta. Este debate me ha hecho reflexionar algo más sobre lo que significa la realidad en la que vivimos; estamos inmersos en un desafío imparable entre el cerebro artificial y el humano, que es lo mismo que decir códigos y algoritmos frente a sentimientos y emociones.
Mi tesis central es que la riqueza emocional de cada individuo es distinta para cada uno. No todos sentimos de la misma manera las cosas que nos pasan, nuestras vivencias no nos afectan por igual, cada persona es diferente, precisamente en ello consiste una característica principal de los humanos, su diversidad. Este tema es sumamente importante y sugestivo para el debate; como ejemplo diré que estamos viendo en la actualidad cómo la visión política y comercial del presidente Trump, cambia y revoluciona en pocos días la vida de su país y arrastra al resto de los países del mundo. Si el presidente fuera otra persona, posiblemente también serían otras las decisiones. De hecho, las respuestas que se están dando son distintas y en función de quién manda en cada país. Con esto quiero decir que la subjetividad y el cerebro de cada persona no es igual, ni siquiera parecido; podemos decir sin temor a equivocarnos que cada persona tiene su propia idiosincrasia, vocablo que refleja su particular y única forma de pensar, sentir y actuar.
Por lo tanto, partiendo de la singularidad de cada cual, parece bastante improbable que una máquina pueda ser capaz de suplantar la personalidad de millones de seres humanos, ni tampoco tomar las decisiones que cualquiera de ellos tomaría ante sus propias circunstancias. Reacciones frente al miedo, el humor, la ternura, la tristeza, el dolor, la duda, la alegría o el amor y todas las demás emociones posibles, no creo que la IA, con todos sus códigos y algoritmos —una máquina hecha por el hombre en definitiva con la forma que quieran darle—, pueda interpretar estas emociones como las interpretaría el propio individuo. Seguramente llegará un día en que estas máquinas unificando criterios interpreten y simulen que las perciben, pero no podrán individualizarlas según cada cual.
Ahora bien, dicho todo lo anterior, no quiero que se interprete que estoy en contra de la inteligencia artificial. Todo lo contrario, creo que esta herramienta es un bien muy poderoso al servicio de la humanidad. Como con otras herramientas habrá quienes la utilicen para el engaño y la maldad, pero eso no frenará su desarrollo. La IA tiene muchos atributos a los que el cerebro humano no es capaz de llegar. La velocidad con la que procesa la información es imposible para cualquier persona, también la rapidez con la que optimiza los recursos; la precisión con la que los robots de la medicina hacen una intervención quirúrgica causa admiración, sus movimientos son mucho más precisos que la mano humana; la resolución de problemas matemáticos, los análisis de balances empresariales y cualquier pregunta que se le haga en prácticamente todas las ramas del saber, la IA da una respuesta con una rapidez pasmosa; en definitiva, creo que es una valiosísima e inestimable herramienta para todas las cuestiones que están alrededor de la naturaleza humana en todos los ámbitos de la vida.
Lo que no podrá hacer nunca una máquina, artificialmente inteligente, será emocionarse cuando un padre vea el nacimiento de su hijo; esta máquina podrá escribir un texto poético, pero nunca se conmoverá por los versos escritos; será capaz de componer una sinfonía, pero no se emocionará cuando la oiga; podrá escribir una carta de amor a una mujer enamorada, pero no sabrá lo que es enamorarse y asir las manos de su amada; logrará decir te quiero, pero no sabrá interpretar ni emocionarse con lo que ello significa.
Termino este corto texto de reflexión sobre la IA comentando que estamos en una época fascinante que nos arrastra a lo desconocido. Por primera vez en la historia humana tenemos en nuestras manos algo que aún es pronto para una correcta definición de hasta dónde podemos llegar, hace poco tiempo la ciencia ficción nos acercaba a ello, pero ahora está aquí, con nosotros, a nuestra disposición, no creo que sea ninguna amenaza. El ser humano, como ha hecho siempre con los avances que la humanidad ha tenido, se irá adaptando a los nuevos planteamientos que esta herramienta nos presente, y estoy convencido de que, cuanto la IA se lleve respecto a las formas de vida actuales, se compensará sobradamente con todo aquello que nos traiga.
La clave para soslayar la negatividad que se pudiera presentar ante muchos, será siempre ver la IA como una herramienta al servicio de las personas, útil y transformadora, aunque sabiendo siempre que la IA no es un cuerpo humano que se emociona, siente y comparte.