Al hilo de las tablas

Don Santiago

La tauromaquia nos deja claro que, en la vida de las personas, el tiempo manda. El paso de los años y de las décadas hacen que la esencia de las cosas, no sólo permanezca, sino que se depure y se agrande.  Eso es lo que sucede con el legendario matador de toros charro, Santiago Martín “EL VITI”.  Después de más de cuarenta años alejado del traje de luces, la integridad de su persona se ha impuesto al personaje; de tal manera que su figura recia llena los espacios que pisa. Como también lo hace la estatua en bronce que abre el paso a la puerta grande de Glorieta;  la plaza de toros de Salamanca. 

Su presencia siempre despierta el respeto, la admiración y la seriedad, que nunca permitió que faltaran en su carrera como figura del toreo; aludiendo que el toreo no era una cosa superficial y de risa, cuando le preguntaban por qué iba tan serio en sus triunfales vueltas al ruedo. 

Verlo ahora con el último botón de la camisa abrochado, como hacía su padre, hablándole a los toreros en los patios de cuadrillas, con la gravedad propia de quien tiene algo que decir y sabe cómo hacerlo;  es asistir a la esencia humana y torera, que posee, solo aquel que la tiene.  Igualmente, sobrecogedor es verlo entrelazar sus manos o abrazarse a sí mismo, cuando una plaza entera le homenajea, en cálido y prolongado aplauso.

Santiago Martín “El Viti”, de quien ha dicho el director de cine  Agustín Diaz Yanes, que es el torero de los años sesenta que mejor resiste la cámara; al no desentonar con la purificación de formas del toreo actual. Hace aflorar en discretos y templados borbotones lo más esencial y noble que puede tener una persona, tras una larga vida forjada en tantos ámbitos y acrisolada por el toro, del que ha dicho muchas veces, que  de cornadas, pero que le debe todo. Por eso a estas alturas, referirse al VITI, es hablar con veneración de don Santiago.