La Montaña Mágica

Diatriba contra el avaro

De las cosas desagradables en la vida, es encontrarse con un hombre avaro, también llamado tacaño.

Existen varias especies de avaros que andan frescos por el mundo, sin advertir que su comportamiento obsesivo por la acumulación, es insoportable, incluso, ante los ojos de Dios.

En la antigüedad, el Papa Gregorio definió los siete pecados capitales, o debilidades del ser humano, incluyendo, la avaricia.

Hay dos clases de avariciosos: el pobre, que nació con afugias económicas, y por esta razón, controla al máximo sus gastos, se priva de consumir alimentos sanos y exquisitos, y compra ropa usada en los chiringuitos.

El hombre tacaño es aquel que saca los cigarrillos encendidos de su bolsillo para que nadie le pida; vive contando monedas, y cuando va al supermercado, se la pasa revisando la cuenta minuciosamente para ver si le están cobrando un artículo extra.

En la institución matrimonial, es aquel que divide la nevera en pisos, asignando cada espacio a un miembro de la familia. Si la mujer toma por azar un yogurt del piso del marido, entra en cólera, y amenaza con divorciarse.

Si viaja con su mujer, va anotando en el móvil cada peaje y cada comida que consumen. Al final, suma, y luego divide por dos.

Cuando se encuentra en un restaurante, en reunión de amigos, deja que todo el mundo ponga lo que le corresponde, luego recoge el dinero, y paga con tarjeta de plástico.

El poeta avaro es aquel que no le dedica un poema de amor a su mujer, y por el contrario, le vive sacando dinero para sus pagar sus vicios personales.

Los hombres tacaños siempre han sido odiados por las mujeres.

Los otros son los ricos, que han vivido de los pobres.

Conocemos la historia del rico que guardaba el dinero debajo del colchón, hasta que el colchón se quemó.

Reconocemos al rico que se roba el dinero de la salud, se presta para el lavado de activos (dinero con sangre), y vive pregonando que es un ser honorable.

El rico avaricioso es un parásito social, que vive de los contratos del Estado, y no produce plusvalía.

Es el apátrida por excelencia, que no tiene escrúpulos para enriquecerse. Es evasor de impuestos, y tiene depositado su dinero en los paraísos fiscales.

“Haga plata mijo, no importa cómo”, decían los padres a sus hijos en la época de Pablo Escobar.

En el país, al hombre avaro lo consideran el “gran patriota”. El hombre impoluto que no le importa que el país se venga abajo, con tal de sacar su “empresa” adelante.