Desmesurada Roma
Me comentó una vez el gran poeta José García Nieto, que todos escribimos sobre lo que ya está escrito, que no hay nada nuevo que decir, pues todas las situaciones, temas y sentimientos están ahí desde que existe el hombre. Es cierto. El ser humano va creando peldaños sobre otros peldaños que alguien creó antes. No somos creadores, somos en cierto modo magos capaces de trasmutar, abrillantar y hacer nuevo lo que ya existe desde hace miles de años. También sucede esto en conceptos, costumbres, ritos y celebraciones que nos parecen nuevas, pero que en ellas hay un poso anterior sobre el que se han construido las nuevas costumbres. Y como una cosa te hace pensar en otra y como estamos ya tocando estas fiestas, he recordado una costumbre antigua que aunque con algunas modificaciones, ha llegado a nosotros. Ahora es diferente, pero coincide en fechas, origen religioso, intención de festejo, deseo de buena voluntad, ayuda al desfavorecido y algunos detalles más.
Era la fiesta del Sol Invictus. En la última semana del año celebraba Roma sus fiestas de Saturnalia, que coincidían con el solsticio de invierno y estaban dedicadas a Saturno, dios de las cosechas. En un ambiente de carnaval con bases religiosas, se reunían las familias y amigos y se honraba al poderoso dios. El primero de esos siete días la plebe, hirviente, aguarda con impaciencia en el Foro la puesta del sol y con ello el comienzo de las fiestas. En ellas, el orden social se resquebraja y rompe durante una semana. Las costumbres sucumben, las condiciones civiles se invierten y son derogados temporalmente los duros preceptos de la seca legislación decenviral.
Porque cuando el sol comienza a caer y las soberbias columnas del Foro, los arcos de triunfo, las columnas rostrales, los palacios y templos que allí se asientan, acentúan su perfil entre las sombras, un pontífice de vestidura blanca sale del templo de Saturno, el más respetado que cualquier otro porque es el Arca Santa del Tesoro Público. Solemne. Consciente de su dignidad, de su importancia total en ese momento, se adelanta a la impresionante escalinata y se detiene. El silencio es impecable y todas las miradas se prenden en sus labios hasta que desde la altura él alza sus brazos sobre la plebe y con voz estentórea grita: ¡SATURNALES! ¡SATURNALES!
Un alegre rugido acoge aquella redentora voz de libertad y el pueblo que abarrotaba la plaza se desborda como un rio imparable gritando: ¡IO SATURNALE! ¡IO SATURNALE! Y libre y feliz corre inundando las calles. Embriagado de libertad, se apresura también a embriagarse de alcohol llevando alegremente en la cabeza el gorro de los manumitidos. Manumisión solo temporal, pero precisamente por eso, intensa. Los esclavos se sientan en la mesa de sus amos y son estos los que les sirven la comida y el vino. Sus hombros habitualmente agobiados por el trabajo y el castigo, llevan ahora la toga pretexta y sus dueños les visten y obedecen. Son entonces los patricios los que con buen o mal humor toman los bajos enseres, los menesteres serviles de sus esclavos mientras ellos se sientan en las sillas curules y afirman bromeando: Cives romanus sum, cives romanus sum…
Roma se decora festivamente con frutas, velas, pequeñas figuras típicas de barro llamadas sigella, ramas de mirto y de otras plantas para festejar que llegan días más largos, se acerca la siembra y aumenta la luz. Es costumbre hacer dulces especiales para consumir esos días, entre ellos un pastel grande llamado pastel del haba redondo, siendo nombrado rey por un día quien la encontrase en su trozo. Comilonas interminables de menús estrambóticos durante las cuales, uno de ellos, elegido como rey por votación de los esclavos más humildes, manda despóticamente sobre sus compañeros durante las fiestas y está sobre sus amos. Estos, coronan de flores a sus siervos y llenan sus copas con los vinos más caros. El esclavo de un orador imita a su amo ridiculizándole, el de un magistrado hace que administra cómicamente justicia, el de un filósofo remeda con sus amigos la peripatética y larga conversación de su amo. Se intercambian regalos. Cesa todo trabajo que no sea indispensable. Se prohíben las ejecuciones. Se suspenden los litigios. Se reparte comida entre los menesterosos. Se honra a Saturno . No están bien vistos los juegos de azar a excepción de las apuestas de dados y las de nueces. Determinadas deudas son condonadas.
¡Ah Roma! Imperial. Grandiosa. Asombrosa. Desmesurada Roma.