Bala de plata

Un delegado del Gobierno infame: el deporte humillado por la kale borroca

Lo que debía ser la gran fiesta del ciclismo mundial en Madrid, epílogo solemne de la Vuelta a España, terminó convertido en un bochorno planetario. La imagen de un pelotón bloqueado y asustado a pocos kilómetros de la capital, los organizadores improvisando un podio clandestino en un parking y la Castellana tomada por encapuchados kale borroca pasará a la historia como una enorme vergüenza.

Hay varios culpables; el primero por estar a pie de obra, Francisco Martín Aguirre, delegado del Gobierno en Madrid, responsable último de la seguridad y supuesto garante de que un evento de tal magnitud pudiera celebrarse sin problemas. En efecto, Martín, el mismo indecente que dijo al tomar posesión de su cargo que Bildu (los herederos y usufructuarios de la banda terrorista ETA) habían hecho más por la democracia en este país que quienes llevan la bandera de España encima. Está escrito negro sobre blanco para los anales en las hemerotecas.

Irresponsabilidad alevosa

El dispositivo policial, vendido por Martín como “extraordinario”, demostró ser un absoluto coladero, planteado así a propósito para que fracasara. Manifestantes violentos perfectamente organizados asaltaron el circuito con facilidad: lanzaron objetos, derribaron vallas y obligaron a parar la carrera sin que la policía pudiera evitarlo, pese a su empeño. Veintidós agentes de la UIP resultaron heridos ante la impotencia de no poder actuar de acuerdo a las circunstancias. Familias aterrorizadas veían en la Castellana como un espectáculo deportivo de alcance mundial era reventado en directo por radicales violentos.

Mientras tanto, el propio delegado declaraba sin sonrojarse ante los medios que “Madrid vivió una jornada de normalidad” y que todo transcurrió “sin incidentes graves”. ¿En qué realidad paralela vive este devoto de los bilduetarras?

Discurso incendiario

Pero no basta con señalar a Martín, aunque sea la cabeza visible en estos momentos. Lo sucedido en Madrid fue alimentado por un clima político en el que el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no dudó en jalear horas antes a los manifestantes, proclamando su admiración por las protestas. Palabras pensadas ex profeso que funcionaron como gasolina incendiaria para quienes ya habían convertido la Vuelta en campo de batalla desde la primera etapa. Y en este escenario caótico, ¿dónde estaba Fernando Grande-Marlaska, ministro sumiso de Interior?

Pese a que Sánchez agitara la calle, Martín tenía la obligación legal de blindar Madrid. No lo hizo, a sabiendas, naturalmente. Permitió que los radicales tuvieran la iniciativa, asaltaran la Castellana y la Gran Vía, acosaran a la policía y que el pelotón ciclista quedara vendido, a merced de la turba agresiva. El resultado: la suspensión de la última etapa, la cancelación del podio en Cibeles y una imagen internacional de caos.

Un “antes y un después” para el ciclismo

El daño no se limita solo a esta edición de la Vuelta. Lo reconocían ciclistas y organizadores: lo ocurrido marca un “antes y un después” en el ciclismo mundial. Si en España, “uno de los países más seguros del mundo” según proclama hipócritamente el Gobierno, no se garantiza el orden en una gran vuelta, ¿dónde se puede hacer?

Y todo porque quienes tenían que actuar con diligencia y honestidad optaron ruinmente por la complacencia política y el cálculo partidista. Prefirieron mirar a otro lado antes que asumir el coste legítimo de impedir que las protestas degeneraran en violencia.

Un ejercicio obsceno de demagogia que confirma que su prioridad nunca fue la seguridad de los ciclistas ni de los madrileños, sino la rentabilidad miserable del suceso que propiciaron sibilinamente.