Cualquier parecido con la actualidad es pura coincidencia
Durante era dorada de Atenas, el Siglo de Pericles, éste, Pericles, en el marco de su política de florecimiento cultural, hizo traer, entre arquitectos y artistas, a una suerte de coaches que para Sócrates y Platón fueron peor que la plaga que a la postre acabó con el propio Pericles: los sofistas.
Los sofistas como Protágoras eran lo que hoy llamaríamos intelectuales públicos. Gente de la cultura. Posiblemente formarían parte de comités de expertos. A fin de cuentas, preconizaban cuestiones como el relativismo (“el hombre es la medida de todas las cosas” de Protágoras), el escepticismo sobre la verdad absoluta y un enfoque especial en la persuasión más que en el conocimiento objetivo. ¿Hay algo más alejado del conocimiento que un comité de expertos que no existe pero que, sin embargo, resulta tremendamente eficaz para persuadir?
Por ejemplo, Sócrates criticaba, entre otras cosas, que “enseñaban a hacer fuerte el argumento débil” y Platón en La República los describe como charlatanes que confundían la opinión (doxa) con el conocimiento (episteme). Todo dirigido a ganar discusiones y conseguir el poder en base al desprecio a la verdad. ¿Les va sonando?
Encontramos un ejemplo en el Eutidemo de Platón:
Dionisodoro: "¿Dices que tienes un perro, Ctésipo?"
Ctésipo: "Sí, uno corriente."
Dionisodoro: "¿Tiene cachorros?"
Ctésipo: "Sí, y todos como él."
Dionisodoro: "¿Y el perro es padre de ellos?"
Ctésipo: "Sí, lo vi cubrir a la perra."
Dionisodoro: "¿Y el perro es tuyo?"
Ctésipo: "Sí."
Dionisodoro: "Entonces, el perro es padre y tuyo: ¡tu padre es un perro, y tú eres hermano de los cachorros!"
Ctésipo (irónico, aprendiendo el truco): "¡Y no golpees a mi padre, no sea que golpees al tuyo!"
¿Qué más da lo que sea un perro, una preposición o la propia biología? ¿Qué más da la realidad si se gana en la conversación? Supongo que cada vez les irá sonando más, y lo importante es que hasta el interpelado entre en juego.
Como decía al principio, una epidemia, la Plaga de Atenas, acabó con la vida de Pericles. A estas alturas, más que sonar, el estruendo debe ser ensordecedor.
La cuestión es que el mundo helénico se encontraba en mitad de una guerra, la del Peloponeso, que enfrentaba a dos bloques. La Liga de Delos encabezada por Atenas y la Liga del Peloponeso, por Esparta. Un bloque definido, grosso modo, por un sistema democrático frente a una oligarquía tiránica de índole militar. La frecuencia hertziana es de romper cristales.
Ahorrando, por economía de espacio, más episodios, el final de esta guerra vino determinado por la Guerra de Decelia en la que Esparta acabó fortificándola y, con ello, interrumpió los suministros de plata Atenas al tiempo que liberó a 20.000 esclavos, obligando a Atenas a depender de suministros caros por mar. Conviene dejar de hablar del sonido genérico y hablar de lo que suena. ¿El gas y las tierras raras? ¿Qué tal el petróleo? Y, salvando las distancias, ¿qué tal nos va con la falta de mano de obra, amodorrada y descontando unos derechos paupérrimos que no son más que un gasto que financia improductividad y vidas a la mitad?. Además, Persia intervino apoyando a Esparta para construir una flota comandada por Lisandro, que acabó por infligir la derrota final a Atenas destruyendo 168 naves atenienses. Poder militar que fue, precisamente, la razón de preeminencia de Atenas en aquel mundo helénico. ¿Cuántas “Persias” financian hoy a según qué enemigos? Empezando por la propia Persia.
Con la derrota de Atenas, se impuso un gobierno, el llamado de los “Treinta Tiranos”. Agrupados en torno a Critias, se llamaban entre ellos “compañeros”. ¡Compañeros! Y promovían un cambio en la constitución bajo el disfraz de un regreso a la constitución heredada de los padres (patrios politeia). ¿La memoria de los padres, o histórica, por decir algo, que a base de abundar en el mal en un lado no deja más que, por oposición, encontrar el bien en el otro?
Determinados en y por sus propios intereses oligárquicos, ocuparon el Consejo de los Quinientos con adictos a su causa, designaron a un consejo de diez personas y a otro de once para llevar las prisiones y las ejecuciones e hicieron una lista de 3.000 atenienses que podían mantener sus armas. Con ello, las ejecuciones destinadas a despojar a propios y extraños de sus propiedades resultaba bastante más sencillo. Vamos, que se quedaron con los “ministerios” necesarios para tener acceso libérrimo a las chistorras y las lechugas helénicas que nos les pertenecían, bajo leyes “fiscales” ciertamente expeditivas: asesinaron al 5% de la población en busca de la satisfacción personal de su propia inmundicia en el año que estuvieron en el poder.
Los Treinta Tiranos terminaron. España, también. Digo, Atenas.
Los atenienses se levantaron tarde. Sería un buen momento para que los españoles lo hiciéramos a fin de asegurarnos de que todo parecido sea, en efecto, pura coincidencia.