La conquista del espacio
Desde que apareció en los observatorios astronómicos de Chile el cometa interestelar que atraviesa nuestro sistema solar, el 3I/ATLAS, gran parte de la humanidad ha vuelto a preguntarse por la existencia de vida en el Universo.
El primer punto que deseo destacar —confesando mi casi total ignorancia en Astronomía— es el origen de su nombre: 3I indica que es el tercer objeto interestelar que ingresa a nuestro sistema solar (los anteriores fueron ʻOumuamua y Borisov). ATLAS proviene de Asteroid Terrestrial Impact Last Alert System, el sistema chileno que lo detectó. Su órbita es hiperbólica, lo que significa que no depende del Sol en su trayectoria y proviene del espacio interestelar. El 29 de octubre alcanzó su punto más cercano al Sol, y el 19 de diciembre se acercará al máximo a la Tierra, a unos 270 millones de kilómetros.
Dicho esto, quisiera comenzar mi reflexión con algunas consideraciones.
No es nuevo que el ser humano busque respuestas mirando al cielo. Nuestra razón y nuestra esperanza han estado unidas desde siempre a esa mirada: desde los primeros habitantes de la Tierra que dibujaron astros en las cavernas, hasta las civilizaciones que representaron a sus dioses en las estrellas… o en nuestra propia estrella.
La historia de la humanidad está profundamente ligada a la astronomía. Babilonios, egipcios, mayas, chinos y griegos organizaron su vida —sus construcciones, su estructura social, sus calendarios y sus cosechas— siguiendo el movimiento de los astros y la relación de la Tierra con ellos.
Filósofos como Pitágoras, Aristóteles, Hiparco y Ptolomeo elaboraron los primeros modelos matemáticos del universo, situando a la Tierra como su centro. También muchos teólogos y religiosos se destacaron en el estudio astronómico: Copérnico, canónigo polaco, propuso el heliocentrismo, situando al Sol en el centro del sistema solar; Kepler, luterano, descubrió las leyes del movimiento planetario; y los jesuitas fundaron observatorios y escuelas científicas en Europa y América.
Inolvidable es el caso de Galileo Galilei, perseguido por parte de la Iglesia y considerado hereje por algunos, quien perfeccionó el telescopio y generó un conflicto entre la fe y la ciencia. Sin embargo, muchos religiosos apoyaron su búsqueda y la defendi eron con coraje.
De allí llegamos, casi a nuestros días, a la teoría de la relatividad de Einstein y a la teoría del Big Bang formulada por el sacerdote belga Georges Lemaître, antes de que Hubble confirmara la expansión del Universo.
En esta apretada síntesis de nuestra historia astronómica, volvemos al viejo interrogante:
¿somos los únicos en el universo?
El 3I/ATLAS ha reavivado, dentro y fuera de la comunidad científica, esa pregunta esencial que parece latir en cada época. Y, sin decirlo, todos esperamos una respuesta afirmativa.
Nuestra profunda necesidad de compañía busca señales, inteligencias superiores, avances tecnológicos que nos den todas las respuestas del cosmos.
No aparecerán en el 3i/Atlas ni el Capitán James T. Kirk (Comandante de la nave estelar U.S.S. Enterprise), ni Mr. Spock (Primer oficial y oficial científico, un vulcano con una lógica que contrastaba con las emociones humanas), ni el Dr. Leonard "Bones" McCoy (El jefe médico de la nave).
Pero en estos días me he hecho algunas preguntas:
¿Qué pasaría si ese cometa fuera, en realidad, una nave extraterrestre o la evidencia de otra forma de vida?
¿Qué sentiríamos si nos descubriéramos vulnerables e indefensos ante lo desconocido?
¿Y qué ocurriría si, por fin, entendiéramos que la Tierra no es un mundo dividido, sino un solo cuerpo humano ante una mirada extranjera al sistema solar?
Y finalmente, después de observar las imágenes recientes de Sudán, donde la violencia humana se multiplica vista desde el espacio, no puedo evitar preguntarme:
¿Cómo nos verán?
¿Querrán visitarnos después de esto?