Desde el otro lado

Confabulado con Juan José Arreola

Cuando llegué a la ciudad de Guadalajara, México, en ocasión de mi participación en las Asambleas de Gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Corporación Interamericana de Inversiones (CII) en el año de 1994, uno de mis más preciados deseos era visitar a Juan José Arreola, al cual había tenido el honor de acompañar en calidad de edecán literario, apenas un año antes, por casi toda Andalucía, en especial a su visita al Castillo de Tebas y a la Plaza de Toros de la ciudad de Ronda donde confesaba que el coso rondeño le traía gratos recuerdos de las corridas de toros que se celebraban en su ciudad natal de Zapotlán el Grande, Jalisco (hoy Ciudad de Guzmán) en México, acrecentando su felicidad al ver el capote de Juan Belmonte en el Museo Taurino, lo cual le causó tal emoción que sus piernas le flaquearon y tuve que sostenerlo para que no cayera al piso.

Mi deseo de reencontrarme con don Juan José, quien dedicó su vida a enseñar y a escribir, se hizo realidad sin mucho esfuerzo. Solo llamé al teléfono que tenía registrado y hablé con su hija Claudia, quien consultó al maestro y de inmediato me comunicó la alegría que le daba recibirme en su casa. Era martes, a las 11:00 de la mañana, cuando toqué la puerta de la calle Pedro Moreno en la Col. Loma de Barro en Zapotlán el Grande, Jalisco y me abrió Claudia su hija y venía caminando doña Sara, su esposa, que dijo en voz alta: “Ese es Miguel, el dominicano que andaba con nosotros en España”.

Juan José Arreola y Miguel Reyes Sánchez

Arreola, de estatura pequeña y mirada chispeante, autodidacta confeso, se levantó de su sillón a darme un abrazo. “Bienvenido Miguelucho” y pasamos a la bella terraza donde almorzamos y pasamos unas tres horas conversando y filosofando de maestro a alumno, encontrando en cada una de sus palabras verdaderas lecciones de vida. 

Fue maestro de algunos de los más grandes representantes de la literatura mexicana y se preciaba de haber acogido “los primeros balbuceos de Carlos Fuentes”.

Esos momentos fueron un pase rápido por su vida: me contaba que su educación tuvo como fundamental orientación “la lectura de Baudelaire, Walt Whitman, Papini y Marcel Schwob”, estos dos últimos fundadores de su estilo narrativo, así como a escuchar canciones, refranes populares y las conversaciones de la gente de campo. En ese ámbito se declaraba ser “un farsante, exigiendo que su lugar debe estar en el banquillo de los acusados por ser uno de los culpables de la decadencia de Occidente”.

Juan José Arreola

Esta asombrosa confesión tiene como causa generadora su convicción de que ha cometido múltiples saqueos literarios, cuando justifica que su culpa real es la apropiación de bienes. “Siento que he cometido un gran robo. No hay ningún texto mío que no tenga por lo menos diez padrinos. Soy autodidacta cuya vocación es apoderarse de todo lo ajeno. No tuve tiempo de que me estropearan la cabeza en la escuela”.

El autor de “Confabulario” y “El  Bestiario”, debate en sus obras la complejidad del ser y estar en el mundo, y expresaba que “en Marco Bruto de Quevedo está la mejor prosa castellana del mundo”, sustentando esta calificación en que en la misma el castellano recupera su dinámica y su musculatura, tildando a Quevedo como “el verboso más acaudalado y a la vez más conciso”.

Bestiario

El cuentista mexicano se enorgullecía, como Jorge Luis Borges, más de los libros que había leído que de los que había escrito, se quejaba con cierta melancolía de su escasez de tiempo para ejercer la literatura.

En cambio reivindicaba la utilización de todas las horas para amar y enseñar el buen uso de las palabras. “Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías hasta Franz Kafka”, acercándose a éste último cuando combina humanismo e irracionalismo para situarse en la línea del antropocentrismo fantástico inaugurado por Kafka. 

Su interés en la literatura contemporánea se hacía evidente al argumentar que vivía rodeado de sombras clásicas y benévolas que protegían el sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delegaba la tarea que no pudo realizar. “Para facilitarle les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por otro”.

La sociedad que describe en sus fábulas dibujan al hombre inauténtico, al ser alienado, reducido a la despersonalización cuando se masifica como el “Dasein heidegeriano”: la existencia que precede a la esencia, es decir, que el ser humano se define por su existencia y no por conceptos abstractos.

Sus mayores angustias eran la inversión de valores que ha sufrido la sociedad, y sobre todo, la alarmante pérdida de tiempo que experimentan los jóvenes actualmente, lo que llevó a reflexionar, con cierta tristeza, como se nos va de las manos cada generación juvenil, “se nos pierden las generaciones porque el joven se acomoda en el mundo como una butaca”, concluyendo que no era posible que se siga desperdiciando el caudal humano de la juventud.

Autor de obras tan famosas como “La Feria”, “El Confabulario” y “El Bestiario”; Varia invención Palindroma (1971), entre otras. Arreola es una figura imprescindible de las letras mexicanas, no sólo por su obra, sino también por ser referente en la formación de la nueva generación de escritores mexicanos. 

Con su artesanía narrativa cubierta de humor e irritación, de alegría y dolores metafísicos, tomó distancia mediante la alquimia verbal y la ironía para crear el clima de confabulación con sus lectores, en la medida en que nos consideraba “sumas y restas entre recuerdos y olvidos, multiplicados por cada uno”. Aunque nos dejó hace casi 25 años su obra y legado siguen vivos con una actualidad pasmosa.