¡Cómo lloran los sanchistas!
Mi primer impulso fue llamar a este artículo “¡Cómo lloran los de izquierdas!” pero al pronto caí en que la izquierda ha sido parte de la transición, desde Carrillo a Felipe. Y siguiendo los consejos del rey, que ayer impuso el toisón de oro a un socialista sevillano, a un nacionalista catalán y a un democratacristiano madrileño, decidí optar por el “método” de la transición, que Felipe VI significó como el dialogo en vez del grito, el respeto en vez del desprecio y el acuerdo por el bien común.
Sin embargo, como el llanto que se escucha desde el jueves es inextinguible, me pregunté ¿quiénes lloran tan desconsoladamente? ¿quiénes en platós, tertulias, artículos y redes, se mesan los cabellos, se escandalizan y retuercen? Y llegué a una conclusión cierta: los sanchistas.
Hay una caterva de gentes que, desde el acceso de Sánchez a la presidencia del gobierno, han ido medrando, comiendo, ascendiendo, disfrutando de un estatus que jamás supusieron y con unas prebendas que nunca imaginaron. No son izquierdistas. Son arribistas, parásitos, paniaguados, hozadores del pesebre del gasto público, a los que Sánchez ha ido untando, engrasados como cerdos, desde aquella defenestración de Ferraz, cuando fue expulsado a las tinieblas, hasta el coro actual, que llora de forma inconsolable los varapalos a su puto amo.
Y es que el sanchismo no es de izquierdas ni de derechas; el sanchismo es de Sánchez. Aglutina a comunistas, independentistas, antisistema, antimonárquicos, oportunistas, filoterroristas, todos guiados por un mismo objetivo: comer, medrar, sacar… o robar. ¡Pobre Bolaños, haciendo pucheros! ¡Sentido Óscar López, mordiéndose la lengua! ¡Desprevenido Cue, que no se lo esperaba! (le había dado el munífico una entrevista hacía tres días)!¡Incrédulo Fortes, que no encontraba causa lícita alguna para su dolor! Legiones, cientos, de periodistas paniaguados, pelotas, contagiados del odio del gran timonel hacia aquella perraca, novia de un delincuente, que se le resiste tenazmente…
Como acertadamente dice algún comentarista ¿qué le iba al coitado fiscal general en perseguir al novio de Ayuso sino el servilismo hacia su amo? ¿qué motivo para el seguidismo de tanto plumilla pringoso a las consignas de Moncloa sino la ayuda, la subvención, el pelotazo? Como la utilización del dinero público ha llegado a unos niveles escandalosos no hay carguillo que baje de 100.000 euros, ni asesoría que no premie al fiel, a su mujer y a sus hijos. Ni Angélica Rubio que no vea su boca recompensada con un puesto en el Consejo de RTVE, aquel que votaron, ávidos, el día de la mortal riada. El dinero del déficit riega unas conciencias que, súbitamente, juran que García Ortiz es el más bienaventurado de los servidores públicos porque “sufre persecución por la justicia”, última y más aplicable de las ocho bienaventuranzas que cita San Mateo.
Moncloa planea su venganza. Le importa una higa enfrentar a la sociedad, calumniar al Tribunal Supremo o pasarse los consejos del rey por la entrepierna. ¡Pero si son todos antimonárquicos! Pero nada les sale bien. Últimamente disfruto más de lo que merezco. Durante años el aniversario de la muerte de Franco paso tan inadvertido que ya ni se recordaba. Han querido revivirlo, traerlo hasta hoy. Y se han encontrado con que un porcentaje interesante de la juventud piensa que fue un régimen adecuado para aquellos tiempos. ¡Horror en el hipermercado, terror en el ultramarino! Su fiscal, un delincuente; Franco, un hombre de su tiempo; sus secretarios generales, unos ladrones; su hermano, un paniaguado procesado; su mujer, una aprovechadilla de poca monta; su suegro, un capo de putas. Y el Javier Ruiz y el Cintora (entre otros muchos) comiendo mierda con apetito voraz.
Debo reconocer que disfruto con su dolor, que me confortan sus lamentos y que pongo determinados programas sólo para ver cómo se retuercen los nudillos, cómo aúllan a la luna, cómo no se creen lo que les está pasando. Como la conjunción astral que preludió Leire Pajín para pelotear a Zapatero, estas cocochas, estos momentos sublimes, sólo se disfrutan de tarde en tarde. Paladeémoslos.