Cinco sentidos

Colorado el 33

No estoy muy habituado a las ruletas ni a los juegos de azar, pero tampoco voy a negar  que sé que el 33 es negro en ese círculo giratorio que suele generar más desilusiones  que alegrías. 

Pero hoy quiero plantarme en la mentira: en esa fugaz verdad que por momentos  atraviesa nuestras córneas y en la presente falsedad que todo lo tuerce, generando  contradicción y frustración. 

Esta columna me permite, semana a semana, reencontrarme con cada uno de ustedes  en una charla de cierta intimidad; provocar el ejercicio de repensar un poco más, de  recobrar el artilugio extraño de la lectura más allá de la imagen en movimiento. 

Estos días, en lo personal, no han sido fáciles. El 2025 ha venido teñido de todo tipo de  problemas —de los de verdad—, y me ha mostrado el desafortunado movimiento de las  falsas amistades, de las palabras superfluas, de las horas entregadas a trabajos mal remunerados o gratuitos, del enorme vacío que provoca el desaparecer de la escena y,  por supuesto, del descarte que acecha a una humanidad que cumple cierta cantidad de  años. 

Me ha tocado, en este tiempo, ser extranjero, tener más de 55 años (58 al preciso  momento de escribir esto). Me ha tocado la humillación, el abandono de los propios, la  espalda en la necesidad, el silencio, la discriminación... y tantas cosas más que no podría  enumerar, ni más ni menos que las vivencias que padecen millones cada día. 

Esta situación personal, sumada a problemas de salud delicados, no ha hecho más que  reafirmar el espíritu de lucha humano: ese poder de adaptación que todos llevamos  impreso en el alma. Pero también deja ver la desolación, la dificultad de enfrentar en  soledad los dolores, de doblegar el orgullo, de reconocer la propia finitud.

Son momentos difíciles, en los que uno podría llegar a creer que es un estorbo (y muchos  intentarán hacértelo sentir). Y entonces, se empieza a hablar de la “dignidad” a la hora  de la muerte. 

Los propiciadores de la decadencia, del descarte y de la muerte son los mismos que  pronuncian esa palabra —dignidad— sentados sobre sus cómodos sillones y sus  abultadas cuentas bancarias. Olvidan que también les tocará partir. Nadie se lleva nada,  y la verdadera dignidad no consiste en decidir cuándo morir, sino en llegar hasta el final  con el amor a nuestro lado. 

¿Cuál es la dignidad de la guerra? 

¿Cuál es la dignidad de la pobreza? 

¿Cuál es la dignidad del abuso? 

También debo decirlo: atravesar este desarraigo emocional me ha permitido encontrar  a los verdaderos amigos. Al final, no hacían falta tantos, solo esos pocos que están  siempre, los que no mienten. 

A los otros, a los mentirosos, les grito como en la ruleta: ¡No va más!