Colombia: Petro, Uribe y Trump ante el termómetro del poder
Colombia arde otra vez. No por un incendio forestal ni por una protesta, sino por el fuego cruzado de la política, la justicia y el ego. Tres hechos, tres protagonistas, y un país que se desvela tratando de entender quién manda: el fallo que revivió a Álvaro Uribe, el rifirrafe entre Gustavo Petro y Donald Trump, y la consulta del Pacto Histórico, que explica si el presidente aún tiene músculo o solo verbo.
En menos de una semana, los colombianos volvieron a soportar el agotamiento de la enfermedad más persistente del país: la polarización como forma de vida. Uribe se aferra a su redención, Petro a su narrativa y Trump a su necesidad de ruido. En medio de ellos, el ciudadano común observa perplejo cómo los poderosos discuten el país como si fuera una herencia personal.
El Tribunal Superior de Bogotá, en segunda instancia, borró de un plumazo la condena que pendía sobre Álvaro Uribe Vélez. El expresidente vuelve a respirar poder. No ganó solo un fallo judicial; ganó oxígeno político. La decisión pulveriza el relato de persecución. La justicia deja en claro que Uribe no es un perseguido político —como siempre dijo el propio exmandatario— y le devuelve al uribismo una bandera que creían perdida: la de la legitimidad.
Sus detractores gritan impunidad; sus seguidores celebran justicia. Los abogados de lado y lado redimen la norma, las pruebas y las doctrinas, pero lo cierto es que Uribe, que nunca se retiró del todo, vuelve a ocupar el centro del escenario. Lo absuelve la ley, pero lo juzga la historia. Y esa, por ahora, sigue dividida.
Mientras tanto, en otro frente, el presidente Gustavo Petro, dado a la controversia y la tozudez, no resistió la tentación del micrófono. Cayó en la trampa de Donald Trump, quien lo llamó “líder del narcotráfico”, lo incluyó en la lista Clinton, le quitó la visa de ingreso a Estados Unidos —incluyendo a su exesposa y otros miembros de la familia— y logró lo que buscaba: hacerlo reaccionar. Petro respondió con rabia y orgullo, aunque en su concentración en la Plaza de Bolívar lució más cauto que de costumbre.
La política exterior, entre ambos mandatarios, se volvió una riña de plaza pública. El tono de los jefes de Estado se perdió entre tuits y declaraciones altisonantes. Trump recibe a diario andanadas en los 50 Estados de la Unión; Petro, las de una oposición sin clemencia. Ambos eligieron el ruido. Y cada palabra lanzada en esa arena les cuesta autoridad.
La diplomacia del siglo XXI no se libra con espadas ni tratados, sino con silencios inteligentes. Y en eso, Petro perdió otra batalla, sumada a las que libra en casa y que lo tienen enredado en su propio discurso.
En la vía doméstica, su proyecto político tuvo otro examen: la consulta del Pacto Histórico. Con un resultado todavía parcial, los conteos favorecen ampliamente a Iván Cepeda frente a Carolina Corcho, figuras emblemáticas del petrismo. Cepeda se consolida como la voz más serena y estructurada del movimiento (64%), mientras el presidente intenta sostener su narrativa de cambio en medio de la erosión del entusiasmo ciudadano.
El resultado preliminar deja claro que el “pacto” luce fatigado. Petro podrá proclamar que aún tiene pueblo, pero ya muchos dentro y fuera del Gobierno perciben que perdió el impulso y se agota: para algunos, el vaso medio lleno demuestra que el mandatario conserva pueblo; para otros, el vaso medio vacío confirma que el cambio prometido se convirtió en discurso sin base.
Como es su costumbre, el mandatario lanzó una flor con un tuit sentimental: “Te ofrezco un corazón brillante, Colombia, de ti estoy enamorado”. La red respondió de inmediato con ironía:
*“Pobre Colombia con este novio tan perezoso y guache”;
*“Quizás menos pasión y más gerencia ayude”;
*“Tu amor es tóxico porque nos estás haciendo daño”;
*“Nos ofreces de todo, pero nos empobreces cada día”;
*“Todos los políticos se enamoran de Colombia en elecciones”.