Sobre dogmas y consignas

Chipén. Fetén. Larilé.

Es curioso lo poco  que algunas veces sabemos de temas cotidianos  de los  que creemos conocerlo todo o casi. Pensé en ello el otro día en una reunión en la que se hablaba del tema al que me voy a referir, a la que acudimos por una charla sobre la historia de la zarzuela. En la copa que siguió, comentábamos sobre los textos de aquellas que estaban ambientadas en Madrid y me di cuenta de que abundaba el desconocimiento de los distintos tipos de madrileños de otras épocas, haciéndose un totus revolutus que les despoja de su personalidad y, en algunos casos, de su razón de ser. Tipos tan distintos por origen, épocas y costumbres. Y como me di cuenta de que también yo, en algún punto tenía alguna laguna, me puse  refrescar conceptos. Por ejemplo no tenía ni idea de que: ´´Los tres barrios chipén, fetén y larilé de Madrid son: Avapiés, Barquillo y Maravillas. Y lo demás….sucursales.´´ No es que lo diga yo. Lo dijo don Tomás Borrás, el castizo de vocación que de eso sabía mucho. Son tres barrios que en gran parte sellaron la tradición y la idiosincrasia de nuestro Madrid. Barrios de majos, guapos, manolos, chulos y chisperos que eran la esencia y el corazón de lo castizo. Que eran lo mismo, pero también tan diferentes. Tres barrios distantes en vida, origen, atuendo, época y costumbres Pero en una sola dirección. Todos cabían. Todos seguimos cabiendo en esta ciudad de todos, abierta, plural y equidistante.

Si  vamos por orden cronológico hemos de empezar por los chulos, chulapas, manolos y manolas, que aunque no lo parezcan, son todos uno. Aparecen en el siglo XV en la zona de Avapiés (el Lavapiés actual), desde cuya plaza con la fuente de tres caños se derramaban  las calles de Olivar, Tribulete, Sombrerete, Valencia y Ave María que aún subsisten. Su límite meridional era los arenales del río que en ese siglo coincidía con el límite de la ciudad. Precisamente que ese terreno bajase por desmontes hasta el Manzanares, fue la causa de que muchos de los hombres fueran aguadores ya que al tener gratis y cercano el acceso al agua, que era el producto que vendían por las calles, era para ellos la actividad más cómoda y rentable. También fue la causa de que recibiera la zona el apelativo de “barrios bajos”, no por una situación económica precaria, sino por su situación geográfica. Los más inquietos se dedicaban a ser mozos de soguilla, caleseros, cantores de romances y otros trabajos que en general eran de baja remuneración y a los que no se dedicaban por mucho tiempo. Pero también los más tranquilos, ejercían de sacristanes, ebanistas, carpinteros, zapateros o empleados de algún comercio. Este había sido un barrio tradicionalmente habitado en su mayor parte por judíos conversos, que bien por obligación o por deseo de congraciarse, ponían el nombre de Manuel o Manuela a su primogénito. De ahí el apelativo de manolos y manolas. Pero ¿de dónde viene eso de chulos? Según Saiz de Robles, chulo desciende “chaul o choul “ que eran vocablos que en hebreo significaban joven o muchacho, por lo que era una palabra común entre ellos que acabó derivando en chulo, chulapa y, finalmente , el ya un poco despectivo chuleta. De manera que todos estos apelativos, delatan su origen judío. Más tarde y por influencia del castizo Ramón de la Cruz, subieron a los escenarios a través del género chico, habiendo sido olvidado ya su origen y siendo unos de los representantes más castizos de Madrid. En cuanto a los trabajos ejercidos por las mujeres, los más frecuentes eran los de modista, planchadora y criada, con fama de ser coquetas, alegres y decididas.

Volviendo a Saiz de Robles “la manolería era la aristocracia de la franja más popular de la ciudad, por su orgullo de ser madrileño, su honradez, ingenio y cierta picardía e ironía en el hablar”. No se sabe de su atuendo original de la primera época y seguramente sería el mismo que  usaba en el resto del pueblo, pero más tarde fue evolucionando y del que ya tenemos constancia es el que usaban en el siglo XIX. Un detalle curioso se refiere a los tradicionales claveles que llevaban las mujeres en la cabeza sujetos con el pañuelo. En definitiva se trataba de un código para aviso de navegantes. Dos claveles rojos significaba que estaba casada. Uno blanco y otro rojo, con novio.  Los dos blancos, que no tenía compromiso. Y dos rojos y uno blanco, viuda. El atuendo femenino consistía en un pañuelo en la cabeza atado bajo la barbilla. El vestido ceñido a la cintura que bajaba hasta medio muslo donde se abría en vuelo. El consabido mantón de diario. Y el de manila. Ese lujo tan preciado que, además de adornar y salvar del frío, salvaba a la familia en momentos de estrechez, al empeñarlo en el Monte de Piedad.

En los hombres no podía faltar la gorrilla o parpusa bien a cuadros o negra. El pañuelo blanco o safo, al cuello; camisa blanca o babosa; zapatos negros o palpos, pantalón o alares y chaqueta o mañosa, ambos negros y un tanto raquíticos; y un bien ceñido chaleco o Gabriel. Y no olvidemos el clavel en la solapa. Pero lo fundamental era la postura. Lo que se dice, estar más chulo que un ocho. Que consistía en hablar de manera un tanto altanera recalcando las sílabas sin olvidar los hombros aupados, las manos en los bolsillos de la chaqueta y, ya en último extremo, calar la gorrilla hacia adelante cuando había que enfrentarse a algún problema, lo que no era infrecuente dado el carácter un tanto pendenciero del chulo. Una aclaración: Esa frase de más chulo que un ocho, procede del tranvía número 8 que los chulos tomaban para ir a la ermita de San Antonio de la Florida presumiendo de sus mejores galas en las fiestas de San Isidro.

En cuanto a los chisperos, se tiene ya constancia de ellos en los siglos XVII y XVIII y su zona era el barrio de Barquillo. Era este extenso, un caserío mal iluminado, con desmontes y casas muy humildes de un solo piso, apiñadas sin una planificación, lo que hacía difícil el acceso a quien no conocía el barrio. Sus habitantes recibían el nombre de chisperos debido a que las herrerías estaban ubicadas en esta parte de Madrid y a que  gran parte de su población se dedicaba a este oficio. Barrio un tanto marginal y quizá el más pobre en el que se hallaban numerosas casas cuya actividad era la de prostitución, lo que alcanzó casi hasta nuestros días. Comprendía parte de la calle de Alcalá, Gran Vía, la actual Red de San Luis, llegando casi a Sol, Hortaleza, Génova, Argensola y, por supuesto, Barquillo que era su vía principal. La ocupación de los hombres, aparte de trabajar el hierro, era también la de trabajar la madera. Pero abundaban más los proxenetas, matones, guardaespaldas, sobresalientes en las corridas de toros, timadores y “guapos” de mancebías y garitos. Sin embargo era gente aguerrida que sabía atarse los machos, como cuando demostraron una gran valentía el 2 de mayo en la defensa de Madrid ante la invasión francesa, interviniendo hombres y mujeres en esta lucha. Especialmente en la defensa heroica sostenida en la Puerta de Recoletos y el portillo de Santa Bárbara. Goya les profesaba cierta admiración y los retrató con frecuencia en los cartones que serían el comienzo de su fama. Gracias a eso podemos verles en ellos con su vestimenta habitual y  su pelo largo bien sujeto por la típica redecilla y su ropa bien ceñida y las típicas medias blancas.

Y por último, los majos. Que estaban asentados en el barrio de Maravillas  y su estatus económico y social era el más alto de estos tres tipos madrileños. Pero en ellos hay mucha historia y merecen un capítulo aparte por su interés, popularidad e implicaciones en la política.