Carolina Coronado y su relación con la muerte
El 24 de octubre de 1840, Carolina Coronado, escritora y poeta romántica, escribía a Hartzenbusch, su mentor y maestro: " En esta población, tan vergonzosamente atrasada, fue un acontecimiento extraordinario el que una mujer hiciera versos, y el que los versos se pudieran hacer sin maestros". Por entonces era una joven que vivía en Badajoz.
Victoria Carolina Coronado y Romero de Tejada había nacido en Almendralejo (Badajoz) el 12 de diciembre de 1820 en una familia acomodada y liberal, como lo sería ella. Inteligente y sensible, desde niña escribía versos. Además, autodidacta, se formó a sí misma.
"Sin conocer el castellano, aprendí sola el francés y el italiano, y subí de un vuelo a leer a Tarso, Petrarca y Lamartine".
Mujer apasionada y de gran personalidad, fue de naturaleza enfermiza. Padeció depresiones, ataques de histeria, catalepsia (muerte aparente) y tafofobia, miedo a ser enterrada viva, lo que le condujo a una especial y morbosa relación con la muerte.
A finales de 1843 se publicó en Madrid su primera colección de "Poesías", y unos días después, le llegó su primera catalepsia, con el tiempo tendría tres más.
"Carolina se murió un día de enero de 1844. Se murió sin morirse, que ni ella misma lo sabía, pues se dice que fue solo un sueño cataléptico, un descanso en la vida para seguir viviendo. Pero ya el diario madrileño "El Mundo" había difundido la necrológica el 10 de este mismo mes y tras él, otros periódicos. Un clamor fúnebre se extendió entonces entre los románticos, siempre dispuestos para la tragedia " (Jesús Coronado).
Carolina no había muerto. Gracias a su médico, que impidió que fuera enterrada viva, despertó de su letargo tras varios días de su velatorio. Pero la muerte la persiguió durante su larga vida, llevándose a los seres que amaba.
Primero fue a su hijo, en 1854, a los pocos meses de nacer; años después, en 1873, a su hija Carolina, cuya muerte presintió, y en 1891, a su esposo Justo Horacio Perry, con quién se había casado en Madrid en 1852. A ninguno de ellos enterró, los conservó embalsamados.
La muerte de su niño la trastornó, y la de su hija agravó sus problemas psicológicos. La mandó embalsamar, la cubrió de joyas, e hizo un trato con las monjas clarisas del paseo de Recoletos de Madrid para que la guardasen en un armario de la sacristía. Sobre él se escribió: "No abrir, propiedad de Carolina Coronado".
Ante la situación mental de su esposa, Horacio decidió abandonar Madrid, donde residían, y trasladarse con ella y con su hija a Lisboa. Se instaló en el Palacio de Mitra, cerca de la ciudad. Y allí murió 18 años después. Carolina no lo enterró, tras embalsamarlo, lo metió en un sarcófago, que guardó en la capilla del palacio. Allí lo visitaba cada día, hablaba con él y hasta discutía. En sus versos aparece como "el silencioso", "el del piso de arriba", donde estaba la capilla.
Le escribió un largo y bellísimo poema, “El amor de los amores", del que cito estos versos:
“¿Cómo te llamaré para que entiendas/ que me dirijo a ti, dulce amor mío, / cuando lleguen al mundo las ofrendas/ que desde oculta soledad te envió".
Carolina siguió viviendo allí, alejada de la sociedad, hasta su muerte, el 15 de enero de 1911, con 90 años cumplidos. Su yerno trasladó sus restos y los de su esposo a Badajoz, donde hoy reposan, y mandó sacar los de su cuñada del armario de las clarisas madrileñas.
Esta enigmática y gran mujer nos dejó un valioso legado: quince novelas, obras de teatro, cartas, ensayos y artículos periodísticos, en los que exponía sus ideas sobre la sociedad, la política y sobre todo la mujer, de cuyos derechos era defensora, también de la libertad y de los animales. Además, nos legó sus poemas, lo más valioso. Fue llamada "la Becker femenina", pero, en realidad, publicó sus versos antes que el poeta y se dice que pudo influir en él.
Por un tiempo, en Madrid quedó el recuerdo de las tertulias de su salón, el Salón de Carolina, en su palacete de la calle Lagasca, donde se reunían escritores y políticos progresistas, como Espronceda, el Duque de Rivas, Zorrilla, Hartzenbusch, Emilio Castelar..., y también de su paso por el Liceo Artístico y Literario, y por la femenina Hermandad Lírica.
Su sobrino, Ramón Gómez de la Serna, escribió su biografía, “Mi tía Carolina Coronado". Buenos Aires. Emece, 1942.
Tenemos que resucitarla de la catalepsia en que están sumergidas su vida y su obra.
Como una premonición, escribió en 1862, " puede suprimirse el nombre de una autora en la literatura contemporánea sin que su mengua produzca la menor turbación en el sereno horizonte del arte".